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John F. Stossel

El mito de la "justicia" de los abogados

Los productos que salvan vidas son especialmente penalizados gracias a este "impuesto de abogacía". Un fabricante que produce marcapasos afirma que las demandas añaden miles de dólares al precio de cualquier marcapasos.

La Asociación de Abogados de Américacambiaba recientemente su nombre a Asociación Americana por la Justicia. Puede ser una maniobra de relaciones públicas inteligente, porque a todo el mundo le gusta la palabra "justicia", pero aparentemente lo de "abogados" ha adquirido tintes negativos. Es bueno que lo haya hecho, porque aunque los abogados afirman "proteger al tipo de a pie", eso es un mito. En realidad, por cada tipo de a pie al que ayudan, perjudican a miles.

Cuando esas enormes demandas por malas prácticas médicas llegan a los titulares, suena como si se ha ayudara al tipo de a pie. "¡Un millón de dólares concedido a víctima de negligencia médica!". Pero el titular obvia mucho. En primer lugar, el precio de la demanda implica –y eso le incluye usted– mucho más de un millón de dólares. Además del acuerdo del millón de dólares, había costas legales y los honorarios de los abogados de la defensa. Y pueden ser muchos abogados defensores, considerando que probablemente no se demandaba solamente al fabricante del equipamiento médico, sino al cirujano, al internista, a algunas enfermeras, al hospital, y a Dios sabe cuánta gente más. Las demandas nombran rutinariamente hasta una docena de personas, porque no incluir a alguien que más tarde se descubre que está implicado puede exponer al abogado ante una acusación de malas prácticas legales.

Para los abogados y la gente como yo, una demanda es simplemente parte de nuestro trabajo, pero para la mayor parte de la gente es una experiencia aterradora. Las enfermeras están asustadas. Los médicos no pueden dormir. Sus reputaciones, que tanto tiempo les llevó construir, son destrozadas por periódicos que citan a los abogados de los demandantes, que dibujan engañosas escenas de negligencias o de incompetencia de los médicos. Los médicos son forzados a contratar abogados defensores que consumen su tiempo, sus energías, y los ahorros de toda su vida. Los pacientes sufren mientras sus médicos dedican bastantes horas a la semana a los abogados, preparando y dando testimonio. La demanda se prolonga durante años.

Los médicos empiezan en seguida a practicar medicina ultradefensiva, pidiendo pruebas caras y en gran medida innecesarias con el fin de evitar demandas. Algunas de las pruebas son dolorosas para los pacientes. El 51% de los médicos reconoce que recomienda procedimientos invasivos como las biopsias con mayor frecuencia de la que creen médicamente necesaria.

Los médicos se hacen más reservados, hablan menos abiertamente con los pacientes y se vuelven alérgicos a reconocer cualquier error. Las primas de seguro se disparan, y tanto médicos como hospitales trasladan ese coste a los pacientes. Nuevamente temerosos, los fabricantes de equipamiento médico deciden mantener tecnologías demostradas, abandonando su plan de seguir una nueva línea de herramientas que haría menos dolorosa y menos arriesgada la cirugía. Podría seguir, pero imagino que ya se capta la idea.

Los abogados, por supuesto, obtienen un enorme porcentaje de cualquier compensación, pero con el fin de cubrir lo que se llevan los abogados, el precio de todos los bienes de consumo se eleva un poco. Los productos que salvan vidas son especialmente penalizados gracias a este "impuesto de abogacía". Un fabricante que produce marcapasos afirma que las demandas añaden miles de dólares al precio de cualquier marcapasos. Las demandas castigan a cientos de personas, por no decir miles.

Los críticos del abuso legal tienden a centrarse solamente en los costes de los litigios. Ese coste es obsceno pero es solamente el principio de una desagradable cadena de efectos secundarios. Lo peor es que el miedo a las demandas nos priva hoy de cosas que podrían hacer mejor nuestras vidas.

Cierto es que el miedo a ese puño invisible hace más cuidadosos a los fabricantes. Se han salvado algunas vidas porque la amenaza del litigio hizo que las compañías fabricasen más seguros sus productos. Ese es el beneficio que se ve.

Pero el beneficio llega con un precio mucho mayor que no se ve. El miedo que detiene las cosas malas también detiene las cosas buenas: vacunas nuevas, medicamentos nuevos, dispositivos médicos nuevos. El temor ahoga la innovación que, a lo largo del último siglo, ha ayudado a prolongar nuestra esperanza de vida en casi treinta años. Perdemos cosas buenas todos los días.

Ni siquiera podemos imaginar todos los productos con capacidad para salvar vidas que existirían si los inventores no vivieran en un clima de miedo. Pero ese será el tema de la columna de la semana que viene.

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