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Jonathan S. Tobin

¿Apoyará Hillary Clinton la política israelí de Obama?

La exsecretaria de Estado debería declarar que no solo reniega de esa política, sino que la revocará una vez elegida.

La exsecretaria de Estado debería declarar que no solo reniega de esa política, sino que la revocará una vez elegida.
EFE

A poco menos de nueve meses de que abandone el cargo, el presidente Obama parece tener previsto terminar su etapa en la Casa Blanca tal como la empezó: presionando para marcar más distancias entre EEUU e Israel. Esa es la conclusión de un nuevo informe sobre el proceso de paz en Oriente Medio del llamado Cuarteto Diplomático, respaldado por la Administración Obama. Según Associated Press, varios diplomáticos estadounidenses dicen que, aunque mencionará la instigación y la violencia de los palestinos que han dado lugar a una nueva y sangrienta escalada terrorista contra Israel en el último año, el informe se centrará principalmente en reprender a Israel por la construcción de viviendas en la Margen Occidental y Jerusalén. Aun manteniéndose muy en la línea de la política de la Administración, esto debería ser una oportunidad para que Hillary Clinton y también Donald Trump dejen clara su oposición al presidente en este punto.

El objeto del informe, que se hará público en las próximas semanas y se presentará después en Naciones Unidas para obtener un casi seguro voto de aprobación, es determinar quién es el responsable de que no se haya logrado una solución de dos Estados al conflicto entre Israel y los palestinos. Su contenido deja claro que los cuatro miembros del Cuarteto –Naciones Unidas, la Unión Europea, Rusia y Estados Unidos– coinciden en que la razón por la que no se ha alcanzado la paz es la construcción en los asentamientos.

La verdadera pregunta sobre el informe no trata sobre el grado de culpa que se atribuirá a Israel. La Administración Obama, al igual que sus socios diplomáticos, no está demasiado interesada en cualquier aspecto del conflicto que no tenga que ver con la construcción de viviendas en barrios judíos con décadas de antigüedad en Jerusalén o la Margen Occidental. En su lugar, la variable en su estrategia es hasta dónde está dispuesta a llegar la Administración en sus últimos meses para llevar a cabo la vendetta del presidente contra su viejo antagonista, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Con la Autoridad Palestina a punto de dirigirse de nuevo a Naciones Unidas para lograr que le dé su reconocimiento como Estado independiente sin hacer primero la paz con Israel, la Administración tiene un dilema. Puede insistir en que los palestinos negocien su independencia mediante un proceso de paz que conlleve su reconocimiento de Israel y su compromiso con la resolución definitiva del conflicto, o bien puede dejar abandonado al Estado judío en Naciones Unidas, a modo de última palabra tras ocho años de disputas cada vez más irreconciliables entre los dos Gobiernos. Dichas disputas han estado motivadas fundamentalmente por la obsesión del presidente con que Israel es el obstáculo para la paz.

El informe del Cuarteto es sumamente confuso, como lo han sido las políticas de la Administración. Inclina sin cesar el campo de juego diplomático en la dirección de los palestinos. Desde enero de 2009, la política de EEUU se ha centrado en la idea de que la única manera de avanzar en el proceso de paz en Oriente Medio es crear más distancia EEUU e Israel. Esa estrategia ha sido la fuerza motriz de una serie de agrias discusiones entre los dos Gobiernos acerca de los asentamientos y de los términos de cualquier futuro acuerdo de paz. A pesar de la línea dura de la Administración contra los israelíes, los palestinos nunca se aprovecharon de los empeños del presidente. Y eso nos lleva de nuevo a preguntarnos por qué el informe del Cuarteto se desvía estúpidamente de la verdad acerca del punto muerto en la región.

Uno podría cuestionar la sensatez de las políticas de Israel en la Margen Occidental, pero la idea de que los asentamientos de cualquier tipo sean un verdadero impedimento para un acuerdo de paz es absurda. Si el objetivo del proceso de paz o, de hecho, el del movimiento nacional palestino fuese un Estado junto a Israel, los asentamientos no lo impedirían. Al fin y al cabo, los israelíes presentaron a los palestinos ofertas de paz que incluían la estadidad y la posesión de casi toda la Margen Occidental, Gaza y una parte de Jerusalén en 2000, 2001 y 2008. Los palestinos las rechazaron todas las veces. Desde entonces, Netanyahu también ha aceptado una solución de dos Estados y ofrecido una retirada masiva de la Margen, para toparse de nuevo con la negativa de los palestinos a dialogar. Los palestinos echaron a perder la última ronda de conversaciones de paz promovida por el secretario de Estado, John Kerry, al cerrar un acuerdo con los terroristas de Hamás que gobiernan Gaza, abandonar el proceso y acudir a la ONU.

Y lo que es igual de importante: la AP ha dedicado el último año a promover libelos de sangre acerca de que los israelíes están planeando dañar las mezquitas del Monte del Templo de Jerusalén con el fin de instigar una nueva oleada de terrorismo. La AP, la supuesta socia de Israel para la paz, ha alentado y ensalzado a los terroristas, como señala el informe del Cuarteto. Como Hamás, el líder de la AP, Mahmud Abás, ha declarado que todo Israel, incluido todo el territorio bajo su control antes de junio de 1967, es territorio "ocupado".

Lo hacen porque el verdadero obstáculo para la paz es el hecho de que el nacionalismo palestino esté inextricablemente unido a la guerra contra el sionismo y la presencia judía en cualquier parte del territorio. Sin embargo, Abás, que ha sido alabado por Obama y Kerry como un defensor de la paz, no solo ha alentado el terrorismo, sino que se ha negado sistemáticamente a reconocer la legitimidad de un Estado judío al margen de dónde se tracen sus fronteras.

Si la solución de los dos Estados es el objetivo, también es un hecho que casi todo el crecimiento en los asentamientos (consistente en nuevas casas en comunidades ya existentes, no en apropiación de tierras) está teniendo lugar en zonas que incluso la Administración Obama está dispuesta a admitir que formarían parte de Israel en el caso de un acuerdo de paz. Tratar los bloques de asentamientos, que en su mayoría son adyacentes al Israel anterior a 1967 (y que serían objeto de intercambio territorial en un acuerdo), o los barrios judíos de Jerusalén como si fuesen avanzadillas en unas remotas colinas en mitad de Oriente Medio sólo ayuda a que los palestinos crean que, si esperan lo suficiente, podrán obligar a Israel a renunciar a todo y forzar a varios cientos de miles de judíos a abandonar sus hogares.

Aunque el statu quo resulte ingrato para ambas partes, la razón por la cual la abrumadora mayoría de los israelíes no aceptará más concesiones territoriales unilaterales –que es lo que quieren Obama y el Cuarteto– es lo que sucedió tras la retirada de Gaza en 2005. Ariel Sharon sacó a todos los soldados y colonos de Gaza, desmanteló todos los asentamientos. Pero en lugar de convertirse en un bastión de la paz, la Franja se convirtió en un Estado terrorista utilizado para lanzar miles de misiles a las ciudades israelíes y cavar túneles del terror a lo largo de la frontera. Repetir ese experimento en la Margen es algo que, con razón, la mayoría de israelíes considera una locura.

Si los palestinos quieren un Estado, pueden tenerlo. Los israelíes volverían a aprobar gustosamente las anteriores ofertas de paz, incluidas las dolorosas retiradas de gran parte de la Margen Occidental. Pero mientras los palestinos no muestren signos de estar dispuestos a poner fin al conflicto, los israelíes no pondrán más en peligro su país.

Al unirse a una comunidad internacional sesgada que culpa erróneamente a Israel del conflicto, la Administración hace que las ya remotas probabilidades de paz sean aún más escasas.

La noticia de Associated Press sobre el Cuarteto fue fruto de una filtración de la Administración que tenía el propósito de ejercer aún más presión sobre Netanyahu. En cambio, debió ejercer presión sobre la Casa Blanca para que diera marcha atrás en su intención de traicionar a Israel en la ONU. Las campañas de Clinton y Trump –así como las de los miembros del Congreso de ambos partidos– deberían reaccionar a esta evolución de los acontecimientos demandando a la Administración que exija al Cuarteto que reescriba su informe de manera más coherente con la verdad y la realidad de la intransigencia palestina.

En concreto, la exsecretaria de Estado de Obama (y la designada para reñir a Netanyahu) debería declarar que no solo reniega de esa política, sino que la revocará una vez elegida. Si no lo hace, Trump podrá acusarla de ser cómplice en la traición a Israel. Si no puede marcar distancias entre ella y Obama en este asunto, le resultará imposible hacer una campaña que convenza a muchos republicanos y a otros defensores de Israel recelosos hacia el candidato del Partido Republicano de que votarla a ella no es solo votar por cuatro años más de vendetta de Obama contra Israel.

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