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Jonathan S. Tobin

Beduinos y fobia a Israel

No nos equivoquemos: a los enemigos izquierdistas de Israel les importan un bledo los beduinos.

No nos equivoquemos: a los enemigos izquierdistas de Israel les importan un bledo los beduinos.

El Gobierno israelí ha sacado bandera blanca. Tras intentar aplicar un plan racional para el Neguev que brindara algo de ayuda e infraestructuras a la población más pobre del país, Jerusalén se ha rendido. El anuncio fue celebrado como una victoria por los antiisraelíes, que describieron el plan -creado por Ehud Prawer, director de planificación del Goebirrno, y por Benny Beguin, exministro del Gabinete- como una apropiación racista que robaba las tierras de los beduinos. Tras violentas manifestaciones, apoyadas por una minoría de beduinos, y protestas internacionales apoyadas por los sospechosos habituales involucrados en los intentos de deslegitimizar al Estado judío, el Gobierno de Netanyahu, comprensiblemente, ha decidido abandonar una lucha en la que llevaba las de perder. Con muchas otras cosas de las que ocuparse (la amenaza nuclear iraní, las negociaciones de paz con los palestinos), ¿qué sentido tenía arriesgarse en una cuestión en la que les estaban sacudiendo a derecha e izquierda?

El fin del Plan Prawer-Beguin será celebrado por la izquierda como un retroceso en el control israelí del Neguev, y por la derecha como el colapso de un plan que consideraban una peligrosa cesión de territorios, ya que habría entregado vastas áreas de desierto a los nómadas. Pero los únicos auténticos perdedores aquí son los beduinos; son los miembros más pobres de la sociedad israelí y muchos de ellos viven en chabolas destartaladas, sin infraestructuras ni servicios estatales. A cambio de ceder parte del área que reclamaban -pese a no tener pruebas legales de dicha propiedad-, a muchos de ellos se les habría permitido permanecer donde estaban y a una minoría se la habría trasladado a nuevas poblaciones, en las que se habrían incorporado al siglo XXI. Los enemigos izquierdistas de Israel criticaron esto, considerándolo paternalismo o colonialismo, aunque su victoria deja a los beduinos en las mismas condiciones desesperadas en las que estaban. Por otra parte, al igual que ocurre con quienes presumen de ser amigos de los palestinos, el sentido de todo ello no es ayudar a los árabes, sino perjudicar a Israel.

Los planificadores israelíes volverán ahora a los tableros de diseño para intentar hacer algo por los beduinos, cuyo aislamiento y modo de vida premoderno puede parecerles romántico a los que viven en Occidente, pero en realidad los condena a la miseria absoluta y a las privaciones. Es posible que el Gobierno pergeñe un plan aún más generoso que conceda más tierras a los beduinos, así como los servicios que precisan. Pero el problema es que prácticamente todo intento de concederles lo que necesitan colisionará con la idea de que cualquier intento de crear infraestructuras en el Neguev será malinterpretado como una trama sionista.

No nos equivoquemos: a los enemigos izquierdistas de Israel les importan un bledo los beduinos. Llevar agua, alcantarillado, electricidad y servicios de educación a unos campamentos que se pueden extender kilómetros en medio del desierto es imposible. Si bien la mayor parte de las poblaciones beduinas pueden dejarse donde están, las más remotas precisan ser consolidadas si no se quiere dejar que la gente que vive en ellas siga en chabolas sin conexión alguna con la economía del primer mundo de la que disfruta el país. Conectarlos a la red supondrá que algunos tendrán que desplazarse.

De forma análoga a los descendientes de los refugiados palestinos de 1948, los beduinos sólo sirven a quienes atacan a Israel si los pueden mostrar como víctimas de los sionistas. No les importa que el objetivo principal del Plan Prawer-Beguin fuera ayudar a los beduinos. Quienes alegan que se manifiestan en su nombre no han hecho nada por ninguno de ambos grupos. De hecho, cuanto más miserable sea la existencia de éstos, más les gusta. Cualquier privación padecida por la población está bien mientras sirva para que los israelíes parezcan unos explotadores. Las lágrimas de cocodrilo que derraman por los beduinos se olvidarán rápidamente mientras pasan a otro tema, y, de forma similar, los israelíes que debatieron al respecto los pasarán a los últimos puestos de prioridad en la agenda nacional.

Al igual que con los refugiados palestinos, a los que se ha dejado sin hogar durante generaciones para que sirvieran de argumento vivo contra Israel -mientras que a un número igual de refugiados judíos procedentes de países árabes y musulmanes se los reubicaba en Israel o en Occidente-, los enemigos izquierdistas de Israel están satisfechos dejando que los beduinos se pudran en tiendas de campaña destartaladas. Ahí es donde seguirán hasta que los israelíes, finalmente, presenten una nueva idea, que, independientemente de lo generosa que sea, será criticada con la misma furia por los enemigos de Israel. Quienes creen que el fracaso del Plan Prawer-Beguin es bueno para los beduinos mienten.

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