Menú
Jonathan S. Tobin

El engañabobos de las sanciones

La cuestión de cómo tratará a Irán la próxima Administración es vital para la seguridad no sólo de Estados Unidos sino de todo el mundo.

La cuestión de cómo tratará a Irán la próxima Administración es vital para la seguridad no sólo de Estados Unidos sino de todo el mundo.

El domingo por la mañana, con los rehenes estadounidenses de camino a casa, el presidente Obama atribuyó su liberación a la nueva era de diplomacia con Irán iniciada por él. En eso tiene razón, aunque cabria añadir que su cautiverio y el exorbitante rescate pagado también son producto de su política de distensión. Pero, como si quisiera tapar con una hoja de higuera las vergüenzas de un proceso de negociación con el que Irán ha cosechado enormes recompensas y que a cambio ha ofrecido bien poco a Estados Unidos, el presidente señaló también que la Administración impondría nuevas sanciones al régimen islamista. Dichas sanciones se limitan a 11 entidades y sujetos implicados en el suministro de misiles a Teherán. Son una insignificancia comparadas con las sanciones más amplias que se han levantado al entrar en vigor el acuerdo nuclear. Si, como dice el presidente, el sábado fue "un buen día", lo fue sólo para los rehenes y para los iraníes. Desde el punto de vista de los intereses norteamericanos y de sus aliados, fue un día horrible.

La tardía imposición de sanciones relativas a los misiles forma parte claramente del esfuerzo de la Administración por evitar un enfrentamiento con Irán. La liberación de los rehenes está evidentemente vinculada al levantamiento de las sanciones internacionales incluido en el acuerdo nuclear. Pero los iraníes se mantuvieron en sus trece, como han hecho durante los tres años de conversaciones previas, y negociaron duro: no se liberaría a ningún estadounidense hasta que los iraníes consiguieran más de 100.000 millones de dólares en fondos liberados, e incontables miles de millones más que les lloverán una vez se abran las compuertas a los negocios. Como ha escrito Michael Rubin, la Administración ha incentivado la toma de rehenes. Y, lo que resulta igual de revelador, los iraníes sólo han pagado con rehenes de los que se conocía el paradero; no se ha dicho nada, ni en Washington ni en Teherán, del excontratista de la CIA Robert Levinson, desaparecido en Irán en 2007, que sería el rehén que lleva más tiempo en cautiverio en toda la historia estadounidense. Es inconcebible que el régimen islamista no tenga ni idea de dónde está ni de qué ha sido de él.

Pero Levinson, al igual que los rehenes que han sido liberados, no es más que un daño colateral para una Administración Obama obsesionada con la idea de la distensión con Irán. Si bien compartimos la alegría de las familias de quienes han sido liberados de su cautiverio, nunca deberíamos olvidar que el proceso por el que se ha llegado a este feliz resultado ha estado sembrado de una serie de concesiones por las que Estados Unidos ha abandonado cada una de sus posiciones sobre el programa nuclear iraní. En octubre de 2012 el presidente Obama afirmó en su debate con Mitt Romney sobre política exterior que cualquier acuerdo implicaría el fin del programa nuclear iraní. Dos años después, esa promesa se reformuló y pasó a significar que Irán podría mantener su programa, sus centrifugadoras más avanzadas y su capacidad de investigación, que nunca tendría que revelar por completo el alcance del aspecto militar de sus trabajos y que todas las restricciones a sus actividades concluirían en una década. Tampoco se le pediría que pusiera fin a su producción de misiles balísticos, ni que interrumpiera su apoyo al terrorismo y sus amenazas de destruir Israel, mientras que obtenía un enorme premio económico que reforzaría su capacidad militar y su empleo del terrorismo para impulsar su búsqueda de la hegemonía regional. A cambio de todo ello, Obama podría poner su esperanza en que se retrasara la amenaza nuclear diez años y se lograra la liberación de cuatro estadounidenses.

En cuanto a las nuevas sanciones, son mejor que nada, pero siguen siendo básicamente irrelevantes. El apaciguamiento que ha precedido a este gesto es mucho más elocuente que cualquier cosa que pueda lograr ahora el Departamento del Tesoro. Sancionar a las personas implicadas en el suministro de misiles no impide en absoluto ese programa. Además, individualizarlas de esta forma es una tontería, ya que las principales fuerzas que impulsan esas actividades son el Gobierno iraní y los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria, que controlan la mayor parte de las actividades económicas y de defensa del país. Anunciar las sanciones da la impresión de que Estados Unidos se toma en serio lo de exigir responsabilidades a Irán, pero su limitado alcance y todo lo que ha precedido al anuncio de este sábado no puede sino convencer a Teherán de que puede hacer lo que quiera. Aunque eso signifique más incumplimientos en lo relativo a los misiles o más actividad nuclear ilícita, es muy dudoso que el presidente Obama tenga la voluntad de hacer algo al respecto. En años venideros y como consecuencia de la generosidad occidental, Irán se fortalecerá como eje de sus aliados.

Esto implica que la cuestión de cómo tratará a Irán la próxima Administración es vital para la seguridad no sólo de Estados Unidos sino de todo el mundo.

Aunque algunos candidatos se han expresado en términos enérgicos sobre Irán, nadie debería llamarse a engaño y creer que revertir los logros de política exterior marca Obama será algo tan sencillo como realizar una declaración en su primer día en el cargo.

La probable candidata demócrata Hillary Clinton dice que quiere exigir responsabilidades a Irán, y hay que decir en su honor que este sábado incluso mencionó a Levinson. Pero, como miembro fundamental  del equipo de política exterior de Obama, tiene una credibilidad nula al respecto. Una vez en el cargo, estará comprometida con el acuerdo nuclear, y no es probable que haga nada por interrumpirlo o por empezar a reducir las ganancias iraníes en la región.

En cuanto a los republicanos, todos critican el acuerdo, pero la idea de que pueda ser renegociado (como imagina Donald Trump) o rebajado sin que haya un mayor compromiso por derrotar a las fuerzas terroristas de la región (como parecen creer algunos, como Ted Cruz) y sin la ayuda de los aliados de Estados Unidos a los que se ha permitido retirarse de la lucha con Teherán es muy miope.

Es una perspectiva muy sombría, que aliados estadounidenses como Israel y los Gobiernos árabes, que también temen a Irán, no pueden sino contemplar con desaliento. Aunque el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dijo el sábado que su país vigilaría a Irán, es más un deseo que un plan. Sin un Gobierno estadounidense plenamente comprometido con la lucha contra la búsqueda iraní de hegemonía y contra sus planes nucleares posteriores al acuerdo, hay poco que Israel pueda hacer por sí solo.

En otras palabras: las mínimas sanciones del sábado pueden no ser más que el comienzo de una nueva era de supuesta responsabilidad iraní que sólo acabará cuando el mundo ya no pueda ignorar la realidad del poder de Teherán. El anuncio fue el clásico engañabobos con el que se pretende confundir a los norteamericanos, pero que Irán ha entendido a la primera. Todo eso significa que, en vez de recordar la entrada en vigor de estas medidas como el momento en el que Estados Unidos comenzó a reafirmarse, será considerado el inicio del buen día en el que se perdió otra oportunidad de detener al gigante iraní.

Temas

En Internacional

    0
    comentarios