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Jonathan S. Tobin

Lo que no han cambiado las elecciones iraníes

Aunque los amigos de Ruhaní dominen el Parlamento, no deberíamos esperar ningún cambio real en la sociedad iraní ni en su política exterior.

Aunque los amigos de Ruhaní dominen el Parlamento, no deberíamos esperar ningún cambio real en la sociedad iraní ni en su política exterior.
EFE

Una vez se han conocido los resultados de las elecciones iraníes, los titulares presentan lo que, al menos aparentemente, parece una noticia esperanzadora. "Los moderados ganan en las decisivas elecciones iraníes", según el Wall Street Journal. Todas los relatos apuntan a un repudio de quienes, según se nos dice, son los miembros de "la línea dura" de oposición al acuerdo nuclear con Occidente y a la modernización del país. Es algo que suena bien a quienes, como el presidente Obama, esperan que Irán haga buen uso del acuerdo nuclear para "ponerse a bien con el mundo".

Pero los observadores informados tienen que hacerse dos preguntas sobre las suposiciones que apoyan estos titulares. Una de ellas es si los candidatos ganadores de estas elecciones son de verdad moderados y no otra facción de radicales. La otra es si estos resultados tienen la menor posibilidad de producir un Irán que sea realmente una nación moderada que rechace el terrorismo, no suponga un peligro para sus vecinos, no oprima a su pueblo, cree una sociedad más abierta y no albergue deseos de construir un arma nuclear. Por desgracia, cualquier análisis desapasionado de las elecciones deja claro que la respuesta a esas preguntas es, respectivamente, no y no.

Analizar la identidad de los ganadores de las elecciones iraníes no es tarea baladí. La mayoría de los observadores extranjeros se guían por la lista de candidatos apoyados por el supuestamente moderado presidente Hasán Ruhaní para entrar a formar parte de la Asamblea de Expertos que elegirá al sucesor del actual líder supremo, el gran ayatolá Alí Jamenei. Pero hay un problema bastante grande si se considera la lista de Ruhaní como una prueba de moderación o como respaldo de cualquiera considerado un líder reformista.

Sabemos ya que en el falso sistema democrático iraní un Consejo de Guardianes controlado por Jamenei vetó a todos los posibles candidatos al puesto y descalificó virtualmente a todos los que tuvieran verdaderos deseos de transformar el país de tiranía teocrática en algo menos horrible. Así que, independientemente de lo que digan Ruhaní o cualquier otro, los denominados ganadores moderados de las elecciones en realidad, según cualquier criterio razonable, no lo son.

Eli Lake, de Bloomberg, explica la realidad electoral en un artículo en el que señala que uno de los reformadores que ha ganado es el mismo que instó a la ejecución de los líderes del Movimiento Verde que encabezó las manifestaciones contra el régimen en 2009, que acabaron en medio de un baño de sangre y una mayor represión. Dos son exministros de Inteligencia queordenaron el asesinato de disidentes. Otros componentes de listas de moderados han dejado claro que les disgusta esa etiqueta y que se consideran parte de la corriente mayoritaria islamista que apoya el statu quo. Lo que ha sucedido, al parecer, es que, ante la descalificación de todos sus candidatos, los reformadores han apoyado a otros que no comparten sus ideas. Eso les brinda la oportunidad de declarar victoria hoy, pero carece de importancia en términos de su impacto en el voto sobre el futuro de la sociedad iraní.

Ello nos lleva de nuevo a la cuestión de si Ruhaní es realmente un moderado. Comparado con otras figuras iraníes aún más radicales, puede que sea alguien de opiniones menos acordes con los aspectos más medievales del régimen islamista. Al fin y al cabo, la moderación es un término relativo que no puede demostrarse de manera objetiva. Pero, como hemos visto desde la elección de Ruhaní a un puesto en el que tiene bastante menos poder que Jamenei, él no es una fuerza que lleve a la moderación, si con eso nos referimos a la creación de un Irán que suponga una amenaza menor para su pueblo y para el resto del mundo.

Pese a la extendida creencia en su moderación, Ruhaní es un ferviente defensor de la República Islámica creada por el ayatolá Jomeini en 1979. Cualquier cambio que pudiera apoyar no relajaría el férreo control de los teócratas sobre todos los aspectos de la sociedad iraní. No ha hecho nada que interfiera con las iniciativas de la Guardia Revolucionaria Iraní para expandir su modalidad de terrorismo islamista por todo el mundo. Tampoco se ha opuesto a la intervención de su país en Siria, donde sus propias tropas y las auxiliares de Hezbolá han contribuido a sostener el bárbaro régimen de Asad. No se ha mostrado en contra del programa nuclear iraní ni de la búsqueda de la hegemonía regional perseguida por Jamenei. Al contrario: pese a la extendida creencia en su moderación, Ruhaní no ha sido otra cosa que una figura más tolerable que la de su predecesor, el despreciable Mahmud Ahmadineyad.

Lo que quieren Ruhaní y sus moderados es más dinero de Occidente. El presidente iraní cree firmemente en los méritos del acuerdo nuclear aceptado por la Administración Obama. Y desde el punto de vista iraní tiene razón. Al aceptar una moratoria de 10 años (suponiendo que no hagan trampas) en su camino hacia la bomba, Irán consiguió que Occidente aprobara su programa nuclear, además de una lluvia de dinero en forma de activos congelados y levantamiento de sanciones internacionales. Algunos radicales se pusieron al acuerdo porque querían seguir adelante en pos de la bomba y porque creen que están mejor sin el dinero occidental. Así, la moderación de Ruhaní no es entonces una señal de su deseo de tener una sociedad más libre, sino que más bien procede del deseo pragmático de valerse de la ingenuidad de la Administración Obama en pro de los objetivos más radicales de la revolución iraní. Eso no es moderación; no es más que una variante mucho más astuta del extremismo islamista.

Por eso, aunque los amigos de Ruhaní dominen el Parlamento, no deberíamos esperar ningún cambio real en la sociedad iraní ni en su política exterior. Ni él ni sus moderados quieren un Irán libre; ni siquiera uno que no suponga una amenaza para sus vecinos. Pero sí que quieren aprovechar el insensato deseo de los progresistas occidentales de fingir que ha acabado el conflicto con el régimen islamista.

No ha acabado, ni lo hará mientras los islamistas conserven el poder en Teherán. Lejos de justificar el acuerdo nuclear, los resultados demuestran una vez más que las expectativas occidentales al respecto eran completamente irreales. La victoria de los moderados no implica un cambio; lo que implica es una lucha más dura y larga para quienes desean defender Oriente Medio contra un régimen islamista más agresivo y, gracias al acuerdo nuclear, más rico.

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