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Jonathan S. Tobin

Los ataques de Copenhague y el sionismo

Es deber de cualquier primer ministro de Israel recordar al mundo que los judíos ya no son un pueblo vagamundo del que se pueda abusar con impunidad.

Es deber de cualquier primer ministro de Israel recordar al mundo que los judíos ya no son un pueblo vagamundo del que se pueda abusar con impunidad.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, reaccionó al ataque de la sinagoga de Copenhague enmarcándolo en una creciente oleada de antisemitismo violento. Y, como ya hizo después de los ataques del mes pasado en París, dijo que los judíos deberían sacar sus propias conclusiones de estos hechos y los llamó a "venir a casa", a Israel. El gran rabino de Dinamarca le criticó diciendo que esas declaraciones eran una irresponsabilidad y que el terrorismo no era motivo para irse a Israel. Algunos, especialmente numerosos críticos de Netanyahu, ven ahí un ejemplo más de la explotación electoralista de las tragedias por parte del premier israelí. Pero, a pesar de lo que se pueda pensar de Netanyahu, esos ataques son injustos e inapropiados. Como Estado-nación del pueblo judío en su patria ancestral, Israel no existe únicamente como refugio para los judíos que son atacados. Ahora bien, como escribieron los editores de Commentary en el editorial de febrero, esta oleada de ataques a judíos en Europa prueba de nuevo "la necesidad existencial del sionismo".

Parte de la campaña contra los dichos y hechos de Netanyahu tras los ataques de París y Copenhague obedecen al resentimiento contra un primer ministro que parece estar luchando por su vida política en las elecciones del próximo mes. En Estados Unidos, los partidarios del presidente Obama y su empeño por apaciguar a Irán están despotricando contra él. En especial, el izquierdista J Street ha lanzado una campaña que trata de deslegitimar a Netanyahu y llama a los judíos a que digan que él "no habla" por ellos. Su posición no sólo es desafortunada en lo que respecta a Irán, también busca debilitar la capacidad del democráticamente electo líder del Estado judío para dar voz a preocupaciones relacionadas con la seguridad de los judíos como sólo un gobernante puede hacerlo (algo que no tolerarán a la derecha si Netanhayu es reemplazado por alguien de izquierdas).

El gran rabino danés, Yair Melchior, no incurrió en ese tipo de ataque. En su lugar, parecía considerar la declaración de Netanyahu sobre la necesidad de que los judíos abandonen Europa como un ataque a su comunidad. Al igual que otros después del ataque contra el Hyper Cacher de París, el rabino parece creer que si los judíos se marchan ganarán los terroristas y el creciente número de europeos antisemitas.

Del Times de Israel:

El rabino Yair Melchior replicó: "La gente de Dinamarca se va a Israel porque les encanta Israel, por el sionismo, no por el terrorismo". "Si nuestra manera de lidiar con el terrorismo fuera huir a otro sitio, entonces deberíamos irnos a una isla desierta", añadió.

Hay algo de verdad en el argumento de Melchior. Los judíos que emigran a Israel desde Estados Unidos no huyen de la injusticia sino abrazando a Israel y el sionismo. Pero ¿de verdad cree que el declive de la población judía en Europa y el gran auge de la aliá en los últimos años es una anomalía estadística? Según los últimos datos del Pew Research Center, los judíos están abandonando Europa. No sólo por el alarmante aumento de la violencia antijudía sino por cómo el antisemitismo se ha vuelto a convertir en actor protagónico de la cultura europea, después de décadas de marginalidad, o de al menos estar en la penumbra, luego del Holocausto.

Es un hecho que quienes han protagonizado cada oleada importante de inmigración a la patria judía lo han hecho principalmente por necesidad, no por un compromiso ideológico con el sionismo. El sentido del sionismo no es tanto el muy real atractivo de sus esfuerzos por reconstituir una cultura nacional judía y una lengua como la necesidad de que los judíos tengan un refugio ante el potente virus del antisemitismo.

Sería bonito pensar que en la ilustrada Europa Occidental de nuestros días no tiene sentido los temores que, ante las masas enfervorecidas que gritaban "¡Muerte a los judíos!", llevaron a Theodor Herzl a escribir El Estado judío y fundar el sionismo moderno. Pero una Europa donde el odio a los judíos del mundo árabe y musulmán importado por los inmigrantes de Oriente Medio se mezcla con el desprecio a la identidad judía y a Israel que se ha convertido en habitual entre las élites intelectuales no es un lugar donde los judíos puedan vivir tranquilos.

En estas condiciones, es deber de cualquier primer ministro de Israel recordar al mundo, así como a aquellos que afrontan una decisión tan difícil, que los judíos ya no son un pueblo vagamundo del que se pueda abusar con impunidad. El resurgimiento de la soberanía judía en la tierra de Israel no sólo ha dado a los judíos un refugio que hubiera salvado a millones de ellos durante el Holocausto. También ha proporcionado a cada judío del mundo, ya sea sionista o no, religioso o no, una razón para seguir adelante. Los judíos pueden elegir quedarse donde están, ya sea en una Europa cada vez más peligrosa o en un lugar como Estados Unidos, donde a pesar de la existencia de antisemitismo pueden vivir con unos niveles inauditos de libertad, aceptación y seguridad. Pero la existencia de un hogar para los judíos les ayuda a sentirse más seguros. El antisemitismo es, como hemos apuntado en nuestro editorial, "una enfermedad para la que no hay cura". Y después de lo de Copenhague nuestra conclusión es aún más cierta: "La necesidad existencial del sionismo después de lo de París no es sólo un hecho. Es una tarea para el futuro".

El primer ministro Netanhayu hace bien al advertirlo. Sus críticos, tanto en Europa como en América, deberían dejar de criticarle y ayudarle a fortalecer a Israel contra sus enemigos.

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