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Jonathan S. Tobin

¿Quién se interpone en el amor de las parejas palestinas?

Las barreras a la libertad de movimientos entre Gaza y la Margen Occidental son culpa de Hamás y Al Fatah.

Las barreras a la libertad de movimientos entre Gaza y la Margen Occidental son culpa de Hamás y Al Fatah.

¿Quién no se compadecería de dos amantes separados por una burocracia sin entrañas? Desde luego, Jodi Rudoren no. Es la jefe de la delegación en Jerusalén del New York Times, y ha escrito, con la ayuda de uno de los corresponsales del periódico en Gaza, una historia sobre el desafortunado romance entre una mujer de Gaza y un hombre de Nablus que ha servido para recalcar las restricciones israelíes en el movimiento de palestinos entre la Franja, gobernada por Hamás, y la Margen Occidental.

La situación de la profesora Dalia Shurrab y el comercial Rashed Samir Fadah mueve a la compasión. Pero así como el relato de Rudoren deja a los israelíes como los malos de la película, los verdaderos culpables no se encuentran en el Estado judío. Los palestinos que quieran una política de desplazamientos más liberal deberían canalizar su rabia hacia sus líderes, pues la responsable es su guerra contra Israel. Aquellos a los que les gustaría que las fronteras de la zona fueran como la que separa a Canadá de Estados Unidos no pueden a la vez respaldar la guerra en curso para acabar con la existencia del Estado judío.

No hay duda de que Shurrab y Fadah parecen ser víctimas inocentes de una lucha que no tiene nada que ver con los esfuerzos de dos individuos por encontrar la felicidad. Pero cuando se es ciudadano de un territorio gobernado por un grupo terrorista que se ha comprometido a librar una guerra genocida contra el vecino, ¿es verdaderamente justo quejarse si el Gobierno del país amenazado no está por la labor de ponérselo fácil?

Los palestinos y sus simpatizantes extranjeros parecen pensar que sí. Creen que Israel debería dejar a los palestinos de Gaza ir y venir según les plazca e instalarse en la Margen Occidental si así lo desean. De hecho, las cosas podrían ser así si la Autoridad Palestina en la Margen Occidental y el Gobierno de Hamás en Gaza se comprometieran en algún momento a firmar la paz con Israel. Como apunta Rudoren, el compromiso para facilitar la libre circulación entre las dos áreas palestinas era parte de los Acuerdos de Oslo, lo que parece dejar a los israelíes no sólo como unos tipos sin corazón sino incumplidores . Pero la verdad es más complicada.

Si Israel y los territorios fueran tan pacíficos como los israelíes que coadyuvaron a fraguar Oslo pensaron que iban a ser, la libre circulación tendría toda la razón de ser. Pero la realidad fue muy distinta del Nuevo Oriente Medio que fantasearon hace más de veinte años Simón Peres y compañía. Bajo la férula del líder de la Autoridad Palestina y architerrorista Yaser Arafat, Gaza y la margen se convirtieron en caldos de cultivo del terror y la incitación antiisraelíes. La libre circulación, que era una fuente de preocupación durante el periodo pre Oslo, se hacía imposible en aquellas circunstancias. Una vez Arafat rechazó las dos ofertas de Ehud Barak para la conformación de un Estado independiente en 2000 y 2001 y luego de lanzar su guerra de desgaste terrorista, la libre circulación se tornó aún más improbable. Después de que Hamás se hiciera con el control de Gaza en un sangriento golpe de Estado en 2007, incluso las naciones occidentales que no apoyaban a Israel asumieron que el territorio tenía que ser puesto en cuarentena para que los terroristas no aprovecharan sus viajes para promover sus sanguinarios objetivos.

Es en este contexto en el que deben analizarse las restricciones que padecen los palestinos a la hora de desplazarse entre la Margen Occidental y Gaza. Es cierto que las autoridades israelíes han adoptado medidas que no son generosas en lo relacionado con la capacidad de los palestinos para ir y venir a su antojo. Pero ¿existe otro país en el mundo atrapado en una lucha letal que sea más indulgente? La respuesta es un rotundo "no".

Los palestinos y sus amigos extranjeros consideran toda la Margen Occidental y Jerusalén como territorio soberano palestino, del que los israelíes deben ser desalojados. Pero jamás ha habido ahí un Estado árabe soberano y los judíos también tienen derechos. Incluso aunque el actual Gobierno israelí y sus predecesores hayan firmado su disposición a negociar una retirada de gran parte del territorio, eso no significa que no tengan derecho, en ausencia de un tratado de paz, a asegurar que los viajes al mismo desde el enclave terrorista de Gaza sólo se permitan por razones humanitarias, como las visitas a hospitales.

Quizá alguien aduzca que las bodas también podrían ser una excepción. Pero ¿quiere Israel ponerse en la tesitura de verificar que cada pareja que solicite el permiso para viajar va realmente a casarse, y no a participar en acciones ilegales? Israel ya tiene suficientes problemas con la Margen Occidental sin necesidad de convertirse en los equivalentes morales de los agentes norteamericanos de inmigración encargados de chequear que los inmigrantes no les engañan para conseguir la tarjeta de residencia.

El meollo del asunto no son las normas israelíes, sino el pueblo palestino y su liderazgo, que ha rechazado consistentemente cada oportunidad de paz, hasta cuatro veces en los últimos quince años. Cuando los palestinos estén preparados para dejar atrás su sueño de aniquilación de Israel y reconozcan la legitimidad de un Estado judío con independencia de cuáles sean sus fronteras, la libre circulación entre países pacíficos no será un problema. Hasta entonces, los amantes palestinos frustrados deberían mandar sus quejas a Fatah y Hamás, y no a Israel por medio del New York Times.

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