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Jorge Alcalde

Demasiada inteligencia

Somos demasiado inteligentes como para entendernos a nosotros mismos. Esta frase podría servir de grosero resumen de una de las corrientes más pesimistas de la neurociencia: la que propone que la mente humana es tan compleja que los propios humanos jamás llegaremos a entenderla. O, dicho de otro modo, que somos demasiado torpes para comprender lo inteligentes que somos.

El galimatías, ideal para aventar una fructífera tertulia de sobremesa, cuenta con una interesante contraparte: las ideas que vierte el neurólogo William H. Calvin en Cómo piensan los cerebros, sin duda, mucho más optimistas. Igualmente, su tesis puede resumirse en un frase prometedora: “La inteligencia es un proceso, no un lugar”. Calvin nos advierte así, desde el primer capítulo, de que su intención no nada en el vano reduccionismo tan en boga durante la pasada década (llamada “la década del cerebro”) que pretendía localizar un punto geográfico neuronal para cada habilidad, cada función cognitiva, cada potencia del alma. Más bien, el autor nos ofrece un elaborado discurso para demostrar que la capacidad humana que utilizamos para tirar una piedra con acierto en la diana, para elegir qué comemos esta noche dados los materiales escasos que nos propone el frigorífico o para garabatear una reseña bibliográfica es siempre la misma, la solemos llamar inteligencia, y (he aquí la almendra de este libro) es un producto de la evolución biológica. Igual que las branquias de las merluzas o los pelillos de nuestro oído.

La idea de Calvin es que los pensamientos surgen en la sopa de la mente bajo la misma arquitectura que las ventajas evolutivas de un animal surgen en la sopa de la vida. Con la diferencia de que los primeros necesitan una fracción de segundo para lo que las segundas requieren millones de años. Por eso, el autor llama a la inteligencia “proceso de evolución al vuelo”. Constantemente estamos diseñando estrategias nuevas, haciéndonos nuevas preguntas (ahora dicen que un americano medio gasta 9 horas semanales en contestarse a sus propias preguntas, espero que un español medio invierta más). Es en este proceso de actualización permanente en el que nada la esencia de la evolución inteligente. En este sentido, los actos inteligentes surgen siempre a partir de actos más humildes.

El protolenguaje da lugar al lenguaje y éste se enriquece con innovaciones como la subordinación o la metáfora. Por eso, la cultura estática del Homo erectus se torna cambio constante en la materia gris del Homo sapiens. El libro termina proyectando las expectativas de evolución de esta capacidad a la que llamamos inteligencia en encarnaciones sobrehumanas, más allá de lo que podemos imaginar hoy (quizás con la ayuda de las máquinas). Puede que en estas últimas líneas, Calvin deje escapar cierto entusiasmo ingenuo sobre las posibilidades de la mente, en el fondo, mucho más limitadas de lo que solemos creer. Y es que somos demasiado inteligentes como para entender a las máquinas que nosotros creamos.


William H. Calvin, Cómo piensan los cerebros, Debate, Enero, 2001, 253 páginas.

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