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Jorge Alcalde

El ébola español

Tardía, mal organizada, caótica y baladí… la rueda de prensa de la ministra Mato solo ha servido para acrecentar las dudas.

A la gripe de 1918, causante de la muerte del 1 por 100 de la población de nuestro país, se le llamó injustamente "española". No había nacido en España y ni siquiera tuvo aquí una evolución más mortífera. Pero el apelativo sigue figurando en los libros de epidemiología.

Si dentro de un siglo un tratado de virología se atreve a hablar de la epidemia de ébola español en 2014, nadie podrá reprochárselo. Porque ya somos el primer país donde se produce un contagio secundario fuera de África. Es dentro de nuestras fronteras donde el virus ha adquirido nacionalidad europea.

Aún andamos huérfanos de la información mínima necesaria para calibrar las consecuencias de esta primera infección. Y desde luego no parece que las autoridades sanitarias vayan a sacarnos de tal orfandad.

A estas alturas sólo cabe hacer recuento de la cadena de errores sin afán de hallar responsables. No porque no sea obligación periodística encontrarlos sino porque aún es pronto para poner nombres a todos.

El primer gran error fue asegurar con demasiada prontitud que no existía riesgo de contagio en nuestras fronteras. Un gestor sanitario ha de saber que en temas médicos el riesgo cero es imposible. Vivimos en una sociedad a la que le repugna el estado de alarma. La primera obligación que se impone el gestor de una crisis (ya sea un vertido de petróleo o un caso de adulteración de aceite de colza) es evitar que cunda la alarma. Pero la alarma, en ocasiones, salva vidas. En el caso de un virus con la capacidad de infección del ébola, actuar alarmados no es siempre contraproducente. Sí, es cierto, estamos a años luz de un escenario de expansión epidémica de la enfermedad dentro de Europa. Pero eso no significa que la actuación de las autoridades  y el personal sanitario deba ser cada día tan escrupulosa con los protocolos como si anduviéramos al borde del precipicio.

Todos los expertos coinciden en señalar que, "si se cumplen los protocolos establecidos", la probabilidad de contagio es muy reducida. Es evidente que los protocolos no se han cumplido. ¿Quizás porque no estábamos todos suficientemente alarmados? La enfermera ahora afectada habrá de ser tratada con eficacia por otros compañeros sanitarios. Y muchos deseamos que lo hagan con el suficiente grado de alarma como para no permitir una sola fuga más en los muy seguros sistemas de contención con que contamos en España.

El segundo error parece más grave. Nadie ha sabido explicar por qué la mujer infectada no recibió la máxima atención desde el minuto un de sus sospechas. Esos 7 días transcurridos desde sus primeras fiebres reportadas hasta el ingreso, es más, los 12 que pasaron desde el último contacto con el paciente índice (el misionero García Viejo), se antojan ahora fundamentales para entender la gravedad epidemiológica de este suceso. No es fácil que en esa semana y pico la mujer haya estado en condiciones de contagiar a otras personas. Pero no es imposible. Aprendiendo de su primer error, las autoridades sanitarias convocantes de la rueda de prensa de ayer no se atrevieron a garantizar que haya riesgo cero de nuevos contagios.

Por cierto, el tercer error es el menos compresible de todos. Tardía, mal organizada, caótica y baladí… la rueda de prensa de la ministra Mato solo ha servido para acrecentar las dudas. Minutos después de su comparecencia, las redes sociales y los medios de comunicación ardían en preguntas nuevas que nadie se había hecho antes de oír (más bien no oír) a doña Ana.

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