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Jorge Alcalde

¿En qué se parece un astrólogo chino a un piloto de Ryanair?

Resulta que la nomenclatura de las pistas de aterrizaje se decide en función de su posición respecto al Polo Norte magnético.

Resulta que la nomenclatura de las pistas de aterrizaje se decide en función de su posición respecto al Polo Norte magnético.

Anoche volví a buscar la Estrella Polar. Su aparente inmovilidad la convierte en el referente de los marineros, en el faro guía que enseña el camino de vuelta a casa en mitad de la noche oceánica. Pero en el Cosmos hay pocas cosas inmutables.

En realidad, el eje terrestre no permanece quieto, apuntando firmemente a los polos. Como ocurre cuando lanzamos una peonza, el eje de rotación ejerce un sutil bamboleo, un círculo danzarín apenas perceptible. La culpa de este movimiento, conocido como precesión terrestre, la tienen el Sol y la caprichosa forma de la Tierra.

Reflexionaba sobre ello tras leer la noticia de que el aeropuerto de Barajas ha tenido que cambiar la nomenclatura de sus pistas para adaptarlas a la nueva situación del polo magnético terrestre. Las antiguas pistas 15L/33R y 15R/33L pasarán a llamarse 14R/32L y 14L/32R, respectivamente, para reflejar los cambios producidos por el movimiento gradual del norte magnético respecto al geográfico.

¡Qué cosas tiene la naturaleza!

Resulta que la nomenclatura de las pistas de aterrizaje se decide en función de su posición respecto al Polo Norte magnético. Por ejemplo, una pista llamada 15 se encuentra en un rumbo magnético de 150 grados. Esa es la posición que marcaría una brújula si quisiéramos aterrizar en ella. Pero en la Tierra hay más de un Polo Norte. El polo geográfico es el punto imaginario por el que pasaría un supuesto eje del planeta. El polo magnético, al que apuntan las brújulas, es la intersección de la superficie de la Tierra con los ejes de ese gran imán que es nuestro campo magnético. Este último se encuentra a 1.600 kilómetros de distancia del geográfico. Y se separa de él poco a poco, a una velocidad de unos 40 kilómetros cada año. Así que los aeropuertos de todo el mundo tienen que tener en cuenta estas variaciones para renombrar periódicamente sus pistas.

Es evidente que nada en nuestro planeta es fijo e inmutable. Por ejemplo, la Tierra no es perfectamente esférica. Como cualquier niño aprende en el colegio, está achatada por los polos y ensanchada en el ecuador. Esta irregularidad provoca que la atracción gravitatoria del Sol no produzca exactamente los mismos efectos en la parte achatada que en la abombada. Como la fuerza de gravedad varía de intensidad en función de la distancia entre los dos cuerpos que se atraen, la diferencia de influencia gravitatoria solar entre unas partes y otras del planeta produce un desacompasamiento en el movimiento de rotación terrestre conocido como torque. Un movimiento similar al cabeceo de una peonza mientras gira. Al no girar de manera estable, el eje terrestre dibuja un círculo imaginario alrededor del polo norte de la eclíptica que tarda 25.780 años en completarse (el conocido año platónico).

Este movimiento circular tiene dos consecuencias inmediatas. Primero, la Estrella Polar no es siempre la misma. En la actualidad, la estrella más cercana a la línea del eje de la Tierra es la Alfa de la constelación de la Osa Menor. Pero no siempre ha sido así, ni siempre así será. Si viajáramos en el tiempo milenios atrás, encontraríamos estrellas polares de toda laya. Hace 4.800 años, por ejemplo, la estrella más cercana al Polo Norte celeste era Alfa Draconis (de la constelación del Dragón), conocida como Thuban. Aquel astro estaba realmente cerca de la línea del eje de rotación terrestre, en concreto a sólo 10 minutos de ella (la actual Estrella Polar está a más de 50 minutos). Thuban fue una estrella muy importante en su época. Sita a 309 años luz de la Tierra, y con una magnitud de 3,6, su nombre procede del vocablo árabe para "cabeza de serpiente". Los astrónomos chinos la inscribieron en sus anales de la época del emperador Huang Di, que reinó en el 2700 antes de Cristo.

En realidad, decidir cuál era la Estrella Polar, aquella que apunta al norte, no era fácil (sigue sin serlo). Los egipcios, grandes conocedores del cielo, debieron de idear inteligentes herramientas para detectar los polos celestes. Incluso se piensa que utilizaron esos astros para alinear las pirámides hacia el norte. Hace 4.500 años había dos estrellas muy cercanas al polo celeste, a menos de 10 minutos cada una: Kochab y Mizar. Cuando ambas estrellas se alineaban, una encima de otra, los astrónomos eran capaces de trazar una línea entre ellas que indicaba el norte más o menos exacto. Pero tal alineación sólo tuvo lugar durante unos pocos años alrededor del 2500 antes de Cristo. En cualquier otro momento, las mediciones podían dar lugar a sutiles errores. Estos errores son hoy una fuente de información extraordinaria para los egiptólogos.

En definitiva, el problema del polo celeste ha traído de cabeza a los astrónomos desde tiempos inmemoriales. Después de la construcción de las pirámides, la Estrella Polar se desplazó hacia la Osa Menor y fue aproximándose poco a poco hacia la posición que hoy ocupa. Pero, como sabemos gracias a las leyes de Murphy, si algo es susceptible de empeorar, terminará empeorado. En algunas épocas de nuestra historia no ha existido una estrella lo suficientemente cerca del polo celeste como para ser considerada estrella polar. Tamaña irregularidad tiene, incluso, enternecedoras consecuencias literarias: en su obra Julio César, William Shakespeare hace decir al emperador: "Pero yo soy constante como la Estrella Polar, que no tiene parangón en cuanto a estabilidad en el firmamento". Shakespeare era un gran dramaturgo, pero un pésimo astrónomo, y es que si en el siglo XV la Estrella Polar era la misma que hoy conocemos, en los tiempos de Julio César el Polo Norte no apuntaba a estrella alguna.

Nuestra querida Estrella Polar actual es una de las más brillantes que se hallan en el camino que va recorriendo el polo, y por eso se ha ganado el puesto en el último milenio. Y así seguirá siendo hasta el año 3500, cuando la línea imaginaria del polo pasará cerca de un astro aún más luminoso: la estrella Alfa de la constelación Cephei. Tres mil años más tarde, el trono polar se lo disputarán otras dos estrellas menores de la misma constelación, y hacia el año 7.400 recaerá en la estrella llamada Sadr (Alfa Cygni). Esta será la estrella polar más brillante de la historia.

Navegantes comandando débiles barcos hace 3.000 años y pilotos de aviones ultramodernos (aunque sean de Ryanair) se enfrentan así por igual al mismo desafío... adaptarse permanentemente a los caprichos cósmicos de la irreductible naturaleza.

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