Menú
Jorge Alcalde

Facebook contra el debate

Facebook se ha convertido en una legión de asambleas autocomplacientes, donde el debate brilla por su ausencia y la disensión es prácticamente imposible.

 Facebook se ha convertido en una legión de asambleas autocomplacientes, donde el debate brilla por su ausencia y la disensión es prácticamente imposible.
Flickr/CC/Eston

En la vieja Europa de la Ilustración, los cafés londinenses y los salones de París ejercieron de sede de lo que Habermas llamó "la esfera pública". Lugares de interacción social fuera de la influencia de la esfera privada (el hogar) y de la autoridad (el Estado). Había, evidentemente, otros escenarios de la esfera pública (teatros, logias...), pero era en esos cafés y salones donde más eficazmente se ejercía el debate de las ideas con todos los ingredientes necesarios para que fuera libre: sociabilidad, equidad y transparencia.

Con algunas ominosas limitaciones (en muchos cafés londinenses las mujeres no podían participar, y algunos sólo estaban abiertos a quienes podían permitirse gastarse el penique del café), gente de toda condición acudía a ellos a hablar y a escuchar.

En pleno siglo XXI, queremos creer que aquellas sedes de la embrionaria democracia liberal tienen su encarnación digital en las redes sociales. Hoy en día, la exposición a las noticias, la opinión y la información cívica ocurre antes que en ningún sitio (y para muchos solamente) en internet, en Facebook, en Twitter.

Y pareciera que eso es el no va más de la democracia, de la equidad y de la transparencia. Todo ciudadano que tenga la posibilidad de acceder a la red está en iguales condiciones de aportar su grano de arena al debate de las ideas. ¿Será verdad?

Un interesantísimo estudio publicado esta semana en la revista Science demuestra que no. Tras analizar la actividad de 10 millones de usuarios de Facebook en Estados Unidos, un grupo de sociólogos de la Universidad de Michigan ha descubierto que esta red social cercena la diversidad ideológica más que fomentarla. Y lo hace de la manera más sutil y difícil de combatir: a través de los algoritmos fríos y matemáticos que determinan qué información es relevante y cuál no para cada usuario.

El funcionamiento de Facebook, las entrañas de sus motores de búsqueda y exposición a la información son harto complejas. Pero básicamente consisten en la identificación de los gustos, usos y costumbres del usuario para ofrecerle el contenido que la máquina cree que más le interesa. Para la mayor parte de los usuarios, Facebook consiste simplemente en un tablón de anuncios donde cada uno cuelga sus ideas, las comparte con sus seguidores y permite que las valoren y comenten.

Cuando entramos en nuestro perfil, lo que vemos es una lista de contenidos posteados por amigos. Pero no los vemos todos. Los post son priorizados por el sistema en virtud de algoritmos que reconocen nuestras afinidades. De ese modo se nos libra de recibir toneladas de información que no nos interesa. No es mala idea. Al igual que ocurre con el buscador Google, la personalización de nuestra identidad a través de la minería de los datos que depositamos en la red, muchas veces de manera inconsciente, nos permite que si buscamos comida italiana el ordenador sepa que estamos en Burgos y no nos mande el teléfono de una Pizzería del Bronx.

Hasta ahí, todo correcto.

El problema reside en que estos filtros de información se han convertido en una burbuja. La priorización de contenidos según nuestras afinidades ha terminado provocando que los usuarios sólo recibamos posts con los que estamos de acuerdo. Según los autores de esta investigación, "esta selección algorítmica tiene el potencial de terminar siendo dañina para la democracia, favoreciendo la polarización y minando la construcción de una opinión pública bien informada". En otras palabras, Facebook se ha convertido en una legión de asambleas autocomplacientes, donde el debate brilla por su ausencia y la disensión es prácticamente imposible. Pero este fenómeno no es el resultado de la autocensura ni de una orwelliana conspiración de los dueños de la red para dirigir el signo de las opiniones. La amenaza es aún más deletérea: es el programa informático que controla la publicación de contenidos, con sus algoritmos autorreplicantes y en constante evolución, el que elimina la diversidad.

Incluso en el caso de que Facebook decidiera incluir la ideología como criterio de identificación de sus usuarios, ello redundaría en una mayor uniformidad incluso, porque el programa informático acabaría por mostrarnos sólo los contenidos de los que piensan como nosotros, del mismo modo que nos muestra las fotos de los amigos que se interesan por la misma marca de ropa o el mismo tipo de cine.

Para colmo, el estudio deja aún algunas dudas sobre ciertas cuestiones: no está claro si de algún modo se priorizan ciertas voces sobre otras (las que más viralidad consiguen o más likes reclutan) o si se eliminan directamente algunos temas de debate menos populares (es más fácil encontrar una conversación sobre gatitos que sobre las relaciones Iglesia-Estado).

Curiosamente, la propia compañía Facebook ha apoyado la investigación. Es lógico que quien ya casi monopoliza el intercambio de ideas en internet se preocupe por aspectos éticos derivados de su potencial expansión. Pero investigar desde fuera en las entrañas de Facebook no es fácil. Conocer los datos de los miles de millones de contenidos que se generan y los cientos de millones de perfiles de usuarios requiere herramientas que solo posee Facebook. El círculo está cerrado... demasiado cerrado.

Para debatir, vaya usted al café.

Temas

En Tecnociencia

    0
    comentarios