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Jorge Alcalde

IPCC: de fracaso en fracaso

Los activistas ecologistas han errado gravemente en su mensaje durante estos 20 años, cargando las tintas hacia un alarmismo que no se sostiene.

Los activistas ecologistas han errado gravemente en su mensaje durante estos 20 años, cargando las tintas hacia un alarmismo que no se sostiene.

La misma ciudad que ha servido para la presentación mundial del último informe del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), Copenhague, fue también sede de uno de los mayores fracasos de la lucha mundial contra el calentamiento hace bien poco. La cumbre del clima de 2009 congeló literalmente el ánimo de casi todos los movimientos ambientalistas del orbe. Cuarenta y cinco mil personas se desplazaron a la capital de Dinamarca para volver con las manos vacías: ni un acuerdo serio, ni un solo compromiso de generar una estrategia real de acción.

Cinco años más tarde, la última cumbre celebrada para la cosa climática (Nueva York, septiembre de 2014) terminó con grandes discursos de voluntad de cambio, incluido el del rey Felipe VI, pero pocas medidas efectivas. Quizás el compromiso más tangible fue el pacto adoptado por 32 países para reducir a la mitad la pérdida de bosques en 2020… Eso es todo. Ese es el efecto que tienen las continuadas llamadas de atención de los expertos que enarbolan la bandera del clima. Ese es el sentido que tienen sus reuniones, viajes, discusiones, discursos y portadas de periódicos. Cero.

¿Por qué son tan inútiles los llamamientos a la acción?

El eco que ha tenido en los medios el Quinto Informe de Evaluación sobre el asunto del clima es significativo. Algunos apuntes en los diarios del día siguiente, cierta discusión en medios científicos y revuelo en redes sociales. Nada que ver con la profusión de portadas, el trasiego de fotografías de osos polares y la invasión en las televisiones que sucedieron a las primeras entregas. De hecho, la preocupación por el clima dista de ser uno de los quebraderos de cabeza que asedian al ciudadano de a pie.

Las mismas Naciones Unidas que propician el debate de la temperatura han iniciado una significativa campaña para conocer qué nos preocupa a los mortales. Se llama The world we want y recoge las opiniones de millones de ciudadanos (ya son tantos los que han participado) sobre sus congojas reales. Para el informe de 2015, los datos son reveladores. A los que se han prestado a votar, se supone que libremente, les preocupa ante todo el desarrollo económico y político de su pueblo (más riqueza y libertad). En segundo lugar, la salud. Después, la mejora de las igualdades y, en cuarto lugar, el aumento de la población. Podría esgrimirse que el deterioro climático es un problema transversal que afecta a muchas de estas áreas. Pero no, hay que bucear mucho en los datos para llegar hasta más allá del puesto 17 y encontrar una referencia clara al miedo al aumento de las temperaturas como preocupación ciudadana.

El problema es que, como cuando nos saturan con sangrientas campañas de la DGT, ya no nos impacta el mensaje del IPCC. Y tampoco impacta en la audiencia a la que en teoría va dirigido: a los policymakers que deben actuar en consonancia con el sonido de las alarmas.

Antes de que se publiquen, las filtraciones y los resúmenes previos permiten conocer el contenido de estos ya clásicos dosieres, que pocas veces ofrecen sorpresas. El de 2014 no podía decir cosas muy distintas a lo que dijeron los de 1995, 2001, 2007… A saber, que existe consenso científico sobre la realidad del cambio climático y que dicho cambio está provocado, fundamentalmente, por los seres humanos.

Es cierto que llevamos más de dos décadas escuchando estos argumentos, pero al mismo tiempo las emisiones de CO2 a la atmósfera no han cumplido ni uno de los objetivos teóricos. Y no ha sido por culpa de la perniciosa influencia de los escépticos y los negacionistas, ni de la acción beligerante de las petroleras, ni del primo de Rajoy. La única razón por lo que el CO2 sigue aumentando en nuestros cielos y, según la tesis aceptada, calentando nuestra atmósfera es que los Gobiernos no le compran la mercancía al IPCC. Acuden a sus reuniones, leen discursos en sus cumbres (incluso con corona), dicen que sí con la cabeza. Pero no estampan ni una sola firma vinculante en sus Parlamentos

Los Gobiernos de los países clave en el problema son Estados Unidos y los Basic (Brasil, Sudáfrica, India y China). Ellos han concentrado la mayor parte de la emisiones, pero se sienten cómodos en un escenario virtual en el que nada de lo que se negocia tiene valor vinculante.

Los países más pobres tienen serias dificultades para comprometer sus políticas futuras. Primero, porque sus prioridades están en otros derroteros. Segundo, porque en sus territorios existe una sangrante laguna de informes científicos. Resulta que la mayoría de los trabajos de investigación seria sobre el clima se refieren a países ricos. Los que pueden pagarlos.

La expansión económica de Europa en las últimas décadas (sobre todo en la frontera oriental) ha añadido a las negociaciones a nuevos Estados que ven con recelo firmar pactos de recorte de emisiones que puedan frenar su crecimiento. Y a todo ello hay que sumar que los activistas ecologistas han errado gravemente en su mensaje durante estos 20 años, cargando las tintas hacia un alarmismo que no se sostiene en la lectura de los datos científicos y que ha quitado credibilidad a la amenaza.

Ante este panorama, parece lógico pensar que el viejo sistema de informes y cumbres ha fracasado en sus objetivos. No ha logrado despertar la acción política deseada ni reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Como resultado de este fracaso, ¿qué se va a hacer? Pues más de lo mismo: entre el 1 y el 12 de diciembre tendrá lugar en Lima la Vigésima Conferencia de las Partes (COP 20) contra el Cambio Climático. La Unión Europea ya ha donado a Perú 18 millones de euros para colaborar en su organización. La rueda sigue girando.

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