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Jorge Valín

Las mentiras de Zapatero

El optimismo de Zapatero no es más que humo nacido de un cortoplacismo insostenible en el futuro. La economía se aguanta por factores contingentes y económicamente peligrosos, como el de la inmigración o construcción

Después que Zapatero presentara su glorioso informe económico del presidente del Gobierno hemos oído una vez más el fabuloso crecimiento del PIB y gran aumento del empleo que el propio Presidente dice haber conseguido. Si nos lo miramos más detalladamente, vemos que no todo es tan bonito.

Lo que nos hemos de preguntar es, ¿a más crecimiento estamos mejor? No necesariamente. El crecimiento no ha de ser un dogma. La principal razón por la que está aumentado el PIB es debido al aumento de contratos, especialmente de inmigrantes. Este aumento de la fuerza laboral hace que crezcamos, pero sólo a corto plazo. La contrapartida evidente es que el número de habitantes también crece. El problema de basar el crecimiento en la fuerza laboral es que no se puede sostener en el tiempo. Expresado de otra forma, no pueden entrar inmigrantes de forma eterna. En el largo plazo sólo es una ilusión de bonanza. Un engañabobos, como se suele decir.

Para un bienestar sostenido, el crecimiento ha de fundamentarse en otros factores menos contingentes. Uno de ellos es la productividad. Cada año nuestra productividad-hora es más baja, de hecho, ha caído 18 puntos en la última década cuando lo normal habría sido que aumentase. Si observamos la estructura del PIB vemos que hay razones para la preocupación. El actual crecimiento se debe en un 80% al empleo circunstancial (corto plazo) y sólo un 20% a la productividad (largo plazo). El bienestar sostenido lo genera el segundo, no el primero.

Este patrón, de hecho, está haciendo que funcionemos de forma inversa a como evoluciona cualquier país rico que pretenda seguir siéndolo. En lugar de convertirnos en un país capital intensivo (tecnología, I+D, etc.), el Gobierno ha tomado la decisión, porque sí, de convertir el trabajo en el motor principal de nuestro crecimiento. La consecuencia ha sido que tengamos ahora una productividad equivalente respecto a la que había en Europa en los años 70. No en vano el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, ha calificado el nivel de productividad española de "decepcionante". Para Zapatero esta estrategia es mejor porque muestra resultados estadísticos de forma muy rápida aun siendo muy dañina para la prosperidad futura del país. De hecho, ya lo estamos notando en nuestro poder adquisitivo, que cada vez es menor.

Así, el PIB sube porque somos más, especialmente de fuera, pero no porque seamos capaces de producir más ni mejor. Aquí entramos en el siguiente punto: la calidad de la producción y la innovación.

Un país próspero es aquel capaz de saber competir con sus pares y ofrecer lo que más urgentemente necesita el consumidor, tanto el intermedio, como el final, como el nacional como el extranjero. ¿Y por qué España está en estos niveles tan penosos de calidad e innovación? El Gobierno es el principal responsable.

Si nos comparamos con el resto de países industrializados, los de la OCDE, por ejemplo, vemos la razón de tal deterioro competitivo e innovador. Una misma empresa necesita en España casi el doble de tiempo en ser constituida que en el resto de países ricos, tenemos que recurrir más veces a la administración que nuestros competidores extranjeros, hemos de pagar un sobrecoste superior al 10% en trámites al Gobierno, la rigidez en la contratación de empleados es tres veces superior al de nuestros rivales y el coste de despido dobla la media de los otros países, lo que ahuyenta a cualquier empresa y capital extranjero. No olvidemos además que tenemos una presión fiscal cercana al 40% entre muchos otros datos más. El gobierno aún se extraña que entre el 23 y 25% de la economía esté sumergida. Es que no hay más elección. Eso es lo que ocurre cuando el Gobierno declara la guerra a la prosperidad y la riqueza de sus ciudadanos.

Todo y así, Zapatero aún pretende engañarnos con más datos falsos como el de la inflación, que en nada se corresponde con la realidad ya que descuenta la vivienda, que representa el 40% de nuestro gasto, deja de lado numerosos productos importantes y, además, monta distribuciones irreales en la cesta. Ya conocemos cómo mide los precios Zapatero: un café, 80 céntimos.

El optimismo de Zapatero no es más que humo nacido de un cortoplacismo insostenible en el futuro. La economía se aguanta por factores contingentes y económicamente peligrosos, como el de la inmigración o construcción, mientras que las bases del desarrollo brillan por su ausencia. ¿Y cómo afronta el presidente estos graves desequilibrios que le recriminan desde diversos sectores? De ninguna forma. Los omite, sonríe y ya está. Realmente, cualquiera puede gobernar un país.

En Libre Mercado

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