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Jorge Vilches

El enigma Zapatero y la investidura de Rajoy

Después del debate de investidura lo que ha quedado más claro es que no sabemos qué Gobierno vamos a tener, pero sí qué oposición. Y es que Zapatero ha hecho un discurso como si aún estuviera en la oposición. No ha variado el programa con el que acudió a las elecciones, y esto, al contrario de lo que le puede parecer a algún zapaterista, no es propio de un debate de investidura, de un presidente de Gobierno ni de un partido gubernamental. Toda nación, en una sesión de este tipo, está atenta a las propuestas, capacidad, soltura y autoridad del hombre en el que ha depositado su confianza. ¿Alguien se imagina a Tony Blair contestando a His Majesty’s Opposition con otras preguntas o proclamas de pancarta? ¿O a Schröder pidiendo el voto de la mayoría del Bundestag sin explicar cómo y cuándo va a cambiar la Constitución?
 
El diálogo no es un programa de gobierno, es solamente un instrumento. El talante no es talento, hay que llenarlo de contenido político. En su discurso de investidura, Zapatero ha dejado tantos cabos sueltos que a la dificultad de una legislatura en la que los nacionalistas, crecidos y orgullosos, no cesarán en su ansía secesionista, se sumarán los largos procesos de negociación de todos y cada uno de los movimientos, actos y proyectos legislativos de este Gobierno.
 
Los socialistas de Zapatero creyeron tanto en su derrota electoral en el año 2004 que, desde dos años antes, decidieron hacer un frente común con los nacionalistas para derrotar al PP. "Diálogo" se convirtió en la palabra que sustituyó a la ardua y conflictiva elaboración de un programa concreto de gobierno que, claramente, habría traído muchos problemas dentro del PSOE. Ante cualquier problema o conflicto, la solución socialista era el socorrido llamamiento al “diálogo”, sin más propuesta, o bien la negación de la acción del Gobierno Aznar. Esto es admisible, siendo benévolo, dentro de su estilo de oposición, pero impropio de un discurso de investidura.
 
No se trata ya de los dos minutos dedicados a la economía, o a la falta de concreción en las propuestas, sino que se ha limitado casi exclusivamente a decir que va a deshacer todo lo que pueda de la última legislatura. Esta “contrarreforma” no creo que sea suficiente ni siquiera para los votantes socialistas, y deja entrever que no serán los ministros del PSOE los que determinarán las líneas fundamentales de su actuación. Es triste que Zapatero haga depender la estabilidad de su Gobierno de partidos que, a grandes líneas, son antisistema, pues son independentistas y republicanos.
 
Rajoy parecía, a la luz de la palabras y maneras de Zapatero, el hombre de la investidura. Contundente, como hubiéramos querido verle en toda la campaña electoral, enumeró los aciertos del Gobierno popular y las indefiniciones de un Zapatero que, cariacontecido, improvisaba respuestas propias de la oposición, no de un hombre de gobierno. Enfangando en el taumatúrgico "diálogo", Zapatero ha sido incapaz de conferir la confianza que es deseable en un candidato a presidente de Gobierno.
 
El líder del PP mostró que su partido va a cumplir con suma dureza el estricto papel de oposición leal. Rajoy hizo gala en sus intervenciones de que va a seguir el modelo opositor que desarrolló Aznar en la última legislatura de González: persistencia, vigilancia, propuestas y equipo de gobierno alternativo. Incluso, con el savoir faire de los hombres de Estado, tendió la mano a Zapatero ante las dificultades que, a no tardar, encontrará en los trueques constitucionales que el socialista se ha comprometido a hacer.
 
La institución de la oposición ha sido, desde mediados del siglo XIX, uno de los elementos básicos para el buen funcionamiento del gobierno representativo. La sesión de investidura ha mostrado que en España hay una oposición con todas las características propias de los opositores leales en las democracias históricas. Queda por ver qué Gobierno tenemos.

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