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Jorge Vilches

El fantasma de Ceaucescu

La desaparición de Raúl Castro y de su gobierno provisional no es sino una muestra de que el fantasma de Ceaucescu sobrevuela la antigua Antilla española.

El último ladrillo occidental del Muro de Berlín se tambalea. La transición en Cuba está en marcha porque ya se contempla como algo inevitable. No será una transición hacia la fase superior del socialismo, sino hacia la democracia liberal. Queda saber si veremos un traspaso de poderes a lo polaco o búlgaro, o nos acordaremos de Ceaucescu.

Castro se negó a iniciar la perestroika que Gorbachov le propuso, y se enrocó en su régimen de corte estalinista: endiosamiento del líder y represión sin límite. La democracia liberal, esa fórmula para la opresión de obreros y campesinos, quedaba para otros. Y las transiciones comenzaron.

La sociedad civil tomó la voz en Polonia, Alemania y Checoslovaquia. Los polacos del sindicato Solidaridad y la Iglesia católica se saltaron el silencio de Varsovia. Los alemanes del Este tomaron la calle, se organizaron en foros y movimientos de protesta, y gritaron "Nosotros somos el pueblo" hasta que los propios comunistas desalojaron a Honecker del poder. Y el "Estado de Obreros y Campesinos" quedó para el desguace bajo los escombros del Muro. Los checos del terciopelo, los del Foro Cívico de Vaclav Havel, forzaron a los comunistas a formar un gobierno provisional, a recuperar a Dubcek, la figura de la "primavera de Praga", e iniciar una transición.

En Hungría y Bulgaria fueron los mismos socialistas los que iniciaron las reformas. Los comunistas húngaros liquidaron el régimen de partido único para celebrar luego unas elecciones en las que sacaron un comprensible 11% de los votos. Los búlgaros, hartos de la unanimidad de sus congresos, dejaron el poder a la oposición democrática. Pero lo que aterrorizó a Castro no fue el rosario de transiciones, sino aquellas imágenes de Ceaucescu, el Conducator rumano, fusilado junto a su mujer.

La represión no puede ser nunca infinita, y el deseo del fin del comunismo y el inicio de una transición a la democracia se instalaron también en la sociedad rumana. La matanza de Timisoara a manos de la Securitate, en diciembre de 1989, no hizo sino aumentar las protestas. Y todo se precipitó en uno de esos mítines interminables del dictador rumano, a lo Castro. Declarado el estado de excepción, la crisis terminó con la detención de Ceaucescu y de su esposa por parte de sus mismos correligionarios. Se les juzgó de manera sumarísima, y fueron fusilados.

La desaparición de Raúl Castro y de su gobierno provisional no es sino una muestra de que el fantasma de Ceaucescu sobrevuela la antigua Antilla española. Que hay miedo a que cualquier palabra o acción puede acelerar el proceso sin que cada elemento esté en su sitio. Pánico a que el machete sustituya a la palabra. Pues dos incertidumbres sobresalen en el caso cubano: la actitud del ejército y la responsabilidad de los líderes políticos. No hay continuidad posible sin Fidel Castro, y ni la involución ni la revancha pueden ser una solución. Porque el dictador cubano, como el nuestro, morirá en la cama, y desaparecido elConducatorde La Habana, Raúl no quiere ser Ceaucescu.

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