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Jorge Vilches

El rey de la improvisación

Las improvisaciones, y el incumplimiento de las promesas voceadas desde suntuarias escalinatas, generan graves perjuicios para la credibilidad de la ciudadanía en el sistema democrático.

Hubo una vez un marqués, un tal Cleonard, que fue presidente del Gobierno español por un día. Era el mes de octubre de 1849. Nada más firmar la aceptación, los cuatro ministros novatos corrieron raudos a ocupar unos cargos ganados a fuerza de conspirar. Desde las escalinatas de sus recién adquiridos ministerios, improvisaron floridos y contundentes discursos sobre las innovaciones y reformas que iban a emprender. Grandes planes de infraestructuras, fomento e instrucción pública se ceñían sobre una España que, decían y dicen, estaba inmersa en el más negro de los atrasos. Los sorprendidos funcionarios, sin chistar ni resoplar, asintieron aparentando conformidad.

Y a todo esto llegó Narváez, aún sin el peluquín que asombraría a todas las cancillerías del orbe. Deshizo la conspiración, y esperó junto a la Reina la visita pertinente de Cleonard. En las dependencias del Palacio Real, sin más boato que las sonrisas de los concurrentes, el marqués fue obligado, por las buenas, a dimitir. El hombre se trastabilló con la lectura y, presa del busilis, quiso firmar en el lugar reservado a la signatura regia. Narváez, que a pesar de ser promotor de cuerdas y paredones, era hombre de tronío y gracejo, le dijo al cariacontecido Cleonard: "Ya ha hecho Ud. bastante para un día de presidencia. No se fatigue más".

Carme Chacón, marquesa de Québec, ministra de Vivienda por un día, fue presentada en la escalinata del Palacio Presidencial con tratamiento de jefe de Estado. Profirió grandes promesas y planes de innovación como nunca habían sido vistos. Predispuestos plácemes y abigarrados catering aguardaban la sesuda propuesta que acabaría con el principal problema de la juventud. La gran idea chaconiana pareció deslumbrar a los funcionarios del lugar y a los palmeros pertinentes: subvenciones públicas para los alquileres.

Fatigada por el exceso mental de setenta días y setenta noches trabajando en la audaz e inédita idea, cuál fue su sorpresa al desayunarse el editorial de El País acusándola de copiar a Trujillo. ¿Cabe mayor ofensa? Y como la partida presupuestaria para tan progresista gasto no estaba ni murmurada con Solbes, resultó que a la socialista Chacón la llamaron electoralista. "Para ocho meses que tenía –contestó–, algo debía hacer", y se decidió por improvisar.

Pero no es algo exclusivo de Chacón, cuyo marquesado peligra, el uso de la improvisación. Es el mismo presidente Zapatero, responsable último y primero de la coordinación ministerial, el paladín de tanto improvisar. Creyó dar con un filón electoral prometiendo 2.500 euros por nacimiento a partir del 1 de julio de 2007. Tampoco había partida presupuestaria para este empeño, ni se sabía si se iba a abonar o a desgravar. A tal improvisación, y subasta de promesas, la oposición y los otrora amigos nacionalistas y comunistas, se han crecido exigiendo que la medida sea desde el 1 de enero, comienzo del año fiscal.

El electoralismo no es un problema para una democracia como la española; sí lo es la improvisación. No se improvisan ministros, ni políticos ni políticas, y menos medidas sociales. Las improvisaciones, y el incumplimiento de las promesas voceadas desde suntuarias escalinatas, generan graves perjuicios para la credibilidad de la ciudadanía en el sistema democrático. La sociedad deja de interesarse por la política, se produce la separación entre la sociedad y los gobernantes, como pasa en Cataluña, y queda el campo abierto para la arbitrariedad del poder. Los ministros deben ser el reflejo de un Gobierno coordinado, para bien o para mal, no una tormenta de improvisaciones que avergüenza al más pintado. En caso contrario, y rescatando casi lo único bueno que produjo el Espadón de Loja, es para decir: "Ya ha hecho Ud. bastante para un día de presidencia. No se fatigue más".

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