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Jorge Vilches

¿Es el PSOE? ¿Hay alguien ahí?

A Rubalcaba no le hace caso ni un alcalde de pueblo.

A Rubalcaba no le hace caso ni un alcalde de pueblo.

El sábado por la noche puse la tele; sí, fue una excepción. Y vi a Rubalcaba en un programa de gritos forzados y de público que rompe a aplaudir cuando le sacan el cartel. Aquel socialista curtido en mil batallas internas, especialista en manejar la opinión pública a través de los medios de comunicación amigos, mullidor ministerial de la paz con ETA y navegante de las cloacas del Estado, teatralizaba gestos ante el ademán serio del presentador. Sin pausa, el jefe del PSOE iba vertiendo, lenta y mecánicamente, una cascada monótona de frases huecas y lugares comunes. La pregunta era obvia: ¿quién podía ilusionarse con ese discurso? Nadie, y creo que ni él mismo. Aquel guion era inútil para disputarle el poder a Rajoy, más todavía si el objetivo era plantar cara a la oposición interna.

Rubalcaba me pareció el síntoma de un socialismo español que parece un cadáver insepulto: todo el mundo sabe que está muerto, pero nadie se atreve a enterrarlo. El problema tiene su origen en que el PSOE –y también el PP– se niega a admitir las derrotas electorales. Es entonces cuando los equipos y las ideas se enquistan, emponzoñándolo todo e impidiendo que el partido, que tiene una función constitucional reconocida, se renueve y cumpla su cometido: ofrecer una alternativa plausible y controlar al Gobierno. Es todo lo contrario. El partido se convierte en una forma de vida, en un fin en sí mismo, en un puesto de trabajo por el que luchar, en un instrumento para vivir bien y enriquecerse. La vocación de servicio social desaparece, si es que alguna vez la hubo, y las ideas y las soluciones importan muy poco.

El líder de un partido debe marcar autoridad en sus filas, y así debe transmitirlo a la sociedad; especialmente cuando está en la oposición y quiere tener imagen de hombre de Estado. Pero a Rubalcaba no le hace caso ni un alcalde de pueblo, el de Ponferrada, al que tiene que darle un ultimátum público para que dimita. ¿Dónde se ha visto eso? ¿En la República cantonal de 1873? Y haciendo un pelín de demagogia: ¿cómo le va a hacer caso Merkel, por ejemplo, si ni siquiera se lo hace un edil de su partido?

Es más: el mismo día en que Rubalcaba estaba contestando al discurso sobre el estado de la nación que pronunció Rajoy, momento culminante para mostrarse como alternativa, el jefe de los socialistas catalanes lo eclipsó pidiendo la abdicación del Rey. ¿Que si está Carme Chacón detrás de esto? Es más que probable; pero este tiempo que se está dando la jefa catalana para ver el cadáver de su enemigo pasar por la puerta de su masía es un tiempo perdido. Tanto es así que quizá el cortejo fúnebre que acabe pasando por su umbral sea el del propio partido; eso sí, estoy seguro de que en el desfile los aparentemente entristecidos socialistas que lleven el féretro se romperán las piernas a puntapiés, y luego le echarán la culpa al PP. 

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