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Jorge Vilches

Mentiras y debilidad

Con esta cesión al terror, que profundiza en la imagen dada por la precipitada retirada de las tropas de Irak tras el 11-M, se refuerza la convicción terrorista de que la violencia es útil en política.

Las rasgaduras de ropa entre la intelectualidad "progresista" es digna de mención. Es esa izquierda envejecida y añorante, de dictado y grey complaciente, que sentencia que el problema no es la mala política del Gobierno, sino la crispación que genera el que la critica. Y esto es así, dicen, porque la izquierda no comete fallos; y mucho menos cuando gobierna. La derecha, en cambio, siempre nefasta, luciferina e incansable, ha vivido de continuo de espaldas a la modernidad. Por esto, la derecha no tolera las medidas progresistas de este Gobierno de paz y se dedica a crispar. La gran conclusión de las mentes preclaras, de esos sabios de carné, es tan simple como ridícula: la izquierda es progreso, la derecha crispación.

Y el sesudo análisis que presentan esos intelectuales de coche oficial y fracaso oficioso (y viceversa), se reduce a la falsa cantinela de que la sociedad española es mayoritariamente de izquierdas. Y la derecha, que lo sabe, crispa para desmovilizar. Esta contradicción –la crispación desmoviliza– la explican porque el votante de izquierdas es un elector exigente, de calidad, concienciado, moralmente superior, y el de la derecha no. El que vota a un partido de la derecha –menos los nacionalistas, claro– es poco más que un autómata visceral, un hooligan de banderín y trompetilla.

Son argumentos que no podían retratar mejor a esta izquierda alcanforada, ni dejarían más en evidencia su debilidad. No quieren discrepancias ni criticas, a las que anatematizan y desprecian, porque detrás de la descalificación gagá no hay nada. Los mismos que acusaron al gobierno Aznar de mentir tras el atentado del 11-M, y con ello justifican la victoria del PSOE tres días después, ahora se hacen los suecos. El oropel del cargo público y su sectarismo les impide ver que el Gobierno ha mentido en la cuestión de la negociación con ETA.

Y se miente porque los socialistas ya negociaban con los asesinos aún antes de gobernar, y no rompieron el "proceso de paz" ni siquiera después del atentado con muertos de la T-4.

Pero el principal problema no son las mentiras, sino la imagen de debilidad del Estado. Es grave porque esta situación era inimaginable en un contexto de integración completa en Europa, con una economía boyante y tras treinta años de vida democrática.

El Gobierno ha debilitado la imagen del Estado, entre otras cosas, por la actuación del Fiscal en el caso Otegi y la permisividad hacia ANV, sobre todo después del envite descarado de Pernando Barrena a Conde Pumpido. ¿Y qué decir del chantaje de De Juana Chaos, sin parangón en la historia penal de España? Nada ha podido impedir la sensación nacional e internacional de que se cometía una injusticia retorciendo la ley para beneficiar a un terrorista. Con esta cesión al terror, que profundiza en la imagen dada por la precipitada retirada de las tropas de Irak tras el 11-M, se refuerza la convicción terrorista de que la violencia es útil en política.

El Estado aparece debilitado ante una ETA fortalecida, que resucita en las urnas y en la calle. Una banda a la que el Gobierno socialista ha convertido en un interlocutor válido. Y así tenemos a ETA-Batasuna convocando ruedas de prensa, entrevistas, concentraciones, conquistando espacios televisivos que un grupo de asesinos no debería tener.

Y lo peor: la sensación de que el deseo desmedido del Gobierno de negociar con ETA nos ha dejado a merced de un atentado para castigar o chantajear al Ejecutivo antes de las elecciones, como el 11-M.

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