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Jorge Vilches

Nacionalismo de chanchullo

Cuando llega el baño de realidad –la corrupción, el paro y la crisis–, el nacionalismo busca la salida en ir un paso más allá.

"Las cantidades de dinero que Madrid obtiene del chanchullo son incalculables", escribía el catalanista Valentí Almirall, en su obra España tal como es, en 1885. Aquel barcelonés, que transitó durante años por el federalismo socialista de Pi y Margall, decía que la política típicamente española se resolvía untando al empleado público de turno y luego visitando al político para apañar las comisiones. Así, aseguraba Almirall, "existen muchos casos de personas –políticos, vamos– que se han hecho ricas por medio del chanchullo".

Pero a aquel catalanista no se le ocurría hablar de oasis provincial; todo lo contrario: denunciaba que en los ayuntamientos, también en los catalanes, cualquier obra costaba el doble de su precio real y que ya nadie se escandalizaba por ver a un concejal, llegado al cargo "sin bienes de fortuna", salir con "dinero suficiente para vivir de sus rentas con todo impudor o para construir casas".

Luego el catalanismo cambió, y se arropó en la bandera de la superioridad moral producto de una cultura distinta, a su entender, y de una educación y laboriosidad que, en su opinión, distinguían al propio del extraño, al natural del país del charnego empobrecido que llegaba a aquellas tierras y al político nacionalista de ese político de Madrid siempre dispuesto al chanchullo y a la opresión centralista. El cambio se asentó en la necesidad del nacionalismo de construir la imagen del enemigo, siempre negativa, y definir el contrapunto paradisíaco en el futuro Estado propio. En esa Cataluña independiente no habría paro, corrupción ni delincuencia, que eran características foráneas, sino que los esfuerzos del pueblo y de sus dirigentes irían encaminados hacia un mañana glorioso e inmaculado.

Y, claro, cuando llega el baño de realidad –la corrupción, el paro y la crisis–, no existe diferencia entre unos y otros, y el nacionalismo busca la salida en ir un paso más allá; ahora en referendos basados en el derecho a decidir. Si los políticos nacionalistas son tan corruptos como los otros, si el paro es general, si la deuda propia avergüenza y la cultura, toda ella, está entre elaborada en las instituciones y globalizada, ¿qué queda? Pues la distracción.

De esta manera, si se conoce que Oleguer Pujol, el hijo menor del expresidente de la Generalidad, maneja dinero procedente de chanchullos sin que un euro vaya a parar a Catalonia, se actúa como si nada ocurriera. Y empieza la distracción, la huida hacia delante. El Govern y el Parlament de CiU y ERC se empeñan entonces en dedicar esfuerzos, tiempo y dinero a la creación del Consejo Catalán de la Transición Nacional, a proyectar una ley de consultas –ya podría ser para combatir la corrupción–, puentear la Constitución e iniciar conversaciones con el Gobierno de Rajoy, no para atajar la crisis, sino para pedir una convocatoria de referéndum. En fin. Ya dijo Aristóteles que somos lo que hacemos repetidamente, y que la excelencia es sólo y únicamente un hábito. 

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