Nuestra democracia es tan permisiva que, en general, se admite sin discusión el que cualquier peculiaridad cultural sea entendida como nacionalidad. Un giro lingüístico, un acento especial o un territorio definido en un mapa sirve para hablar de “nación”. Y los grandes partidos se desentienden, creyendo que no es rentable en las urnas la denuncia de la fatuidad de campanario, de la fácil excusa política o del victimismo ramplón. La izquierda ha perdido tanto su idea de España, como la derecha se avergüenza de tener una.
Coalición Canaria ha adoptado como bandera la independentista. Bueno. Dicen que están creando la “identidad nacional canaria”, lo que se entiende como “canariedad”. Porque desde que se gobiernan solos, dicen, ha progresado el Archipiélago más que nunca en su historia. España, en su programa, la convierten en “espacio político estatal”. Porque su “hecho diferencial”, su “singularidad”, la define como “la magnitud de la diferencia a través del conjunto de factores físicos que no se reproducen en el Continente” –sí, el lector puede recrearse en la frase y mantener la expresión de perplejidad–. La “canariedad” es un elemento “transcultural” que se ha ido formando desde la aparición de los normandos y su “interrelacionalidad” con el “Pueblo Aborigen”. Y adopta la bandera independentista, anticonstitucional, sin importar “otra connotación originaria que pretenda dársele”. Pero en qué se traduce, en que el gobierno canario expulse a los tres concejales del PP porque criticaban mucho a Zapatero. En fin, que Galdós estaría despepitándose de risa si pudiera.
Y ahí está el Bloque Nacionalista Galego, con quien pactarán los socialistas de Galicia con tal de tomar el poder, a pesar de que Francisco Vázquez los haya comparado con Batasuna. El BNG asegura que “Galizia é unha nación” por tener “unha lingua propia e estar asentada nun territorio definido”. Pero, sobre todo, “na súa cidadanía existe a consciencia de formar parte dunha sociedade diferenciada”. Esta avalancha de conceptos históricos, politológicos, antropológicos y sociológicos, además de ahondar en la economía y en la religión, es francamente apabullante. ¿Quién puede dudar de la existencia de la nación gallega? Es más, ¿se le puede negar a cualquier grupo humano? O, ¿qué es, entonces, la sociedad mundo de Estados Unidos? Uno se hizo marxista porque amaba la ciencia-ficción, pero estos nacionalismos sobrepasan los límites de la imaginación.