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Jorge Vilches

Ni confirma ni desmiente

La banda se ha recuperado tanto que abandona coches cargados con explosivos, y desvela sus intimidades con los hombres de Zapatero. Pero el gobierno no reaccionará.

ETA prefiere que los socialistas de ZP estén en el Gobierno. Han sido muchas horas juntos, sentados a la misma mesa, negociando citas, manifiestos, palabras, garantías y buen trato mutuo. Y cuando agonizaba la banda, cuando la Ley de Partidos y el Pacto Antiterrorista la tenía acogotada, allá en 2003, contándose con los dedos de una mano los etarras en activo, vino el socialismo vasco a negociar con ella.
 
No sólo se dialogó, como muchos han insistido para negar las cesiones, sino que se negoció. El zapaterismo, visionario y adanista, quiso superar al PP de Aznar y, sobre todo, al PSOE de González. El “republicanismo cívico” y la libertad como “no dominación” animaron a ZP asegurar a la banda que abordaría el asunto mejor que aquellos dos, que lo haría con otro “nivel teórico y metodológico”.
 
¿Qué nivel teórico? La defensa de la realidad plurinacional del Estado y, en consecuencia, la desvalorización de la nación española, su soberanía, y la exaltación del marco de decisión de las naciones periféricas. Por esto, Zapatero y los suyos han insistido tanto en que el futuro de los vascos y de los navarros sólo les pertenece a ellos, no al conjunto de los españoles.
 
Y, ¿qué nivel metodológico? Dado que la nación española es una invención de la burguesía del XIX –¡mala, mala!–, una engañifa cuyo tiempo ha pasado, se impone la reivindicación de las micronaciones étnico-lingüísticas. Esto se traduce en la vuelta de Batasuna a las instituciones, la reforma alocada de los Estatutos, la interpretación laxa de las leyes que puedan afectar al mundo etarra, y el “reconocimiento” del “derecho de decisión” de vascos y navarros. Esto último, curiosamente, es lo que le ha reclamado Ibarretxe a Zapatero en La Moncloa este miércoles, y lo que pide Na Bai al PSN.
 
Sin embargo, al Presidente le han fallado los tiempos, y ninguna política es viable sin un buen cálculo del calendario. Los etarras querían una declaración oficial de Zapatero en la que reconociera la existencia de una “realidad con vínculos sociopolíticos, culturales, lingüísticos e históricos llamada Euskal Herria”. Una afirmación que oficializara la “nación vasca” y diera paso a su “derecho de decisión”. Si tal declaración no ha llegado, a día de hoy, no ha sido por falta de ganas o de voluntad de Zapatero, sino porque no le era rentable en las urnas.
 
Pasado el tiempo de declaraciones, ETA, reforzada y animada, ha roto la tregua para seguir presionando y logrando objetivos. La banda se ha recuperado tanto que abandona coches cargados con explosivos, y desvela sus intimidades con los hombres de Zapatero. Pero el gobierno no reaccionará. No habrá una comparecencia del Presidente para tocar a rebato, ni una ruptura de las negociaciones con el independentismo vasco instalado en Navarra. Simplemente, cuando se le pregunte a la Vicepresidenta, dirá, como en otras ocasiones, que ni confirma ni desmiente. Y a vivir... digo, a negociar.

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