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Jorge Vilches

Porque lo dicen las encuestas

Las rivalidades dentro de los partidos son siempre más encarnizadas y dañinas que las del partido contrincante. Pensar que tras las primarias todo es un "prietas las filas" detrás del candidato es pecar de ingenuidad.

El capricho y la improvisación están marcando el acoso y derribo de Tomás Gómez del mismo modo que determinaron su designación como líder del PSM. Al apoyo de Zapatero a Jiménez y Lissavetzky le ha seguido la genuflexión automática de la dirección del partido y de los medios de comunicación afines, que ya se deshicieron en elogios a Gómez en su momento, cuando el jefe lo señaló. La excusa oficial es que las encuestas dicen que Trinidad Jiménez sí podría ganar a Esperanza Aguirre en las elecciones autonómicas de Madrid. Podemos creer que la decisión responde a esto, o que quizá obedezca a otra inquietud.

¿Y si Tomás Gómez pierde, pero es capaz de emular a Simancas, y con el apoyo de IU, desbancar al PP? Tendríamos a un socialista ganador, con un bagaje importante en las urnas, no sólo en Parla –el alcalde más votado de España– sino en la Comunidad de Madrid, donde el PSM no gana desde hace décadas. El resultado sería bueno para el PSOE pero malo para Zapatero. ¿Por qué? Porque tendría a otro Montilla en Madrid; es decir, a un jefe de gobierno autonómico reivindicativo que, además, tendría la legítima aspiración de sucederle en La Moncloa. Esto es especialmente peligroso para Zapatero cuando ya se habla dentro del partido de la sucesión en la jefatura del PSOE y se ve muy negro el horizonte electoral de 2012. Trinidad Jiménez, en cambio, no le crearía ningún problema a Zapatero.

¿Y el argumento de las encuestas? Adoptar de forma automática lo que dicen las encuestas no es de por sí lo más racional en la política, que es la penúltima ocurrencia del zapaterismo aparecida en El País. Además, al encuestado, y en muchas ocasiones al que ha elaborado la encuesta, le faltan elementos de juicio, información o conocimiento que permitan decir que la respuesta proporciona una conclusión racional. La racionalidad no es un concepto tan ligero. No se tienen en cuenta, por ejemplo, las repercusiones internas de la elección de un candidato frente a otro, sobre todo cuando es el resultado de unas primarias. Es decir, las rivalidades dentro de los partidos son siempre más encarnizadas y dañinas que las del partido contrincante. Pensar que tras las primarias todo es un "prietas las filas" detrás del candidato es pecar de ingenuidad. Y las rivalidades son normalmente mal conocidas por los encuestados y por los encuestadores. A veces, por tanto, es más racional el encontrar un candidato que asegure la calma interna, la unidad y el trabajo en equipo, a pesar de que no sea el más popular en las encuestas callejeras.

Por otro lado, no hay seguridad científica que permita afirmar que el encuestado responde a la pregunta siguiendo a su razón. Puede hacerlo siguiendo emociones o sentimientos, puede mentir por diversión, ser del partido contrario, responder lo que cree que se desea oír, o cambiar de opinión poco después por cualquier variable personal o social; por ejemplo, es posible que piense de otra manera tras recordarle que Trinidad Jiménez ordenó la compra compulsiva de vacunas contra la gripe A, y que ahora las han tenido que quemar, tirando a la hoguera varios millones de euros. Existen filtros sociológicos para atenuar esos condicionantes, como la elección de la muestra poblacional, pero no son siempre seguros. La prueba en contra es clara: no hay más que indagar en las causas de la decisión supuestamente racional del encuestado. Se puede hacer, por ejemplo, diciendo que justifique su respuesta contraponiendo la política económica o de inmigración de uno y otro candidato. Sería duro, ¿no? La cosa cambia si la encuesta sólo pregunta: "¿Quién le cae más simpático?".

¿Es difícil encontrar un candidato que le caiga bien a la gente y que mantenga la paz, la unidad y la ilusión en el partido? Claro. Por eso los liderazgos no se improvisan ni se imponen, y resultan tan esporádicos en la historia de la democracia. Lo contrario da como resultado políticos mediocres o nefastos, que licuan los partidos y, lo que es peor, pueden arruinar una ciudad, una región o un país. ¿Nos suena?

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