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Jorge Vilches

Renovarse y morir, quizá

¿Debe el PP adoptar la misma estrategia que el PSOE para ganar las elecciones; es decir, asumir parte del discurso nacionalista y defender el relativismo de leyes y principios?

Todo parece reducirse, al final, a una cuestión de imagen. Se oyen voces en el PP vasco, y alguna en el catalán, sugiriendo que se abandone el "discurso antinacionalista". Es preciso, dicen, quitarse el sambenito de que son opciones "antivascas" o "anticatalanas". A esto se suman las peticiones de regeneración que formulan algunos dirigentes nacionales. Y, en fin, no falta quien hace cábalas sobre nombres y personas, barajando aquellas palabras de Rajoy en las que se refería a "su equipo".

El conjunto de las propuestas, la suma de componentes –discurso, estrategia, programa y personas–, parece una auténtica refundación. Sin embargo, este tipo de renacimientos partidistas se lleva a cabo sólo en escasos supuestos, como son los que presenta la necesidad de salir de un tiempo muy prolongado de oposición, o la obligación de adaptarse a unas nuevas leyes constitucionales. La paradoja es que estamos en un camino intermedio; es decir, ni está el PP en una larga oposición, pero se ven los mimbres para que así sea, ni hay un cambio de régimen, aunque los nuevos estatutos y el discurso revisionista que lo acompaña sí lo aventuran.

Francisco Silvela, por tomar un ejemplo conservador, quiso renovar el partido que Cánovas había dejado sumándose a los nuevos tiempos regeneracionistas (y regionalistas). La pifió. Disraeli, por ir más lejos, refundó el viejo partido tory, que venía de una prolongada temporada en la oposición –más de cuarenta años, con un breve paréntesis–, con otros nombres, un programa nuevo adaptado a la nueva ley y a la sociedad, y triunfó. Ahora bien, Disraeli creó una red en todo el país, permanente y viva, para mantener y extender el peso del partido y de los planteamientos tories, y lo hizo desde la oposición.

El problema no está en las personas ni en el discurso, sino en los tiempos y la coherencia. Distraídos los populares, y mucha gente, con la política de propaganda del Gobierno, como la ley de Memoria Histórica, el PSOE iba moviendo sus fichas estratégicas para cerrar con los nacionalistas una alianza. Mientras los zapateristas creaban problemas nominales en los que el PP se zambullía, y el electorado desconectaba, tejían las afinidades con los partidos nacionalistas dándoles la razón –som una nació–. Zapatero ha alimentado así las expectativas de los que creen que reformando las leyes, los estatutos, pueden ver cómo aumenta su poder y se refrenda su discurso victimista. De esta manera ha ganado el voto de los que antes confiaban en ERC e IU, tanto como de los que piensan que todo es negociable.

¿Debe el PP adoptar la misma estrategia que el PSOE para ganar las elecciones; es decir, asumir parte del discurso nacionalista y defender el relativismo de leyes y principios? Esto sería, sin lugar a dudas, lo que más le gustaría a los socialistas: convertir su política en la única posible, y que la oposición jugara a ser oposición. En política no siempre el camino recto lleva a la victoria, y la trayectoria tiene que marcarla su líder. Disraeli, el jefe de los tories, defendió en la Cámara de los Comunes la abolición del requisito de juramento de fe cristiana para sentarse en aquel Parlamento. Sostenía los derechos de todos los ingleses, con independencia de su credo religioso. Las filas de su partido enmudecieron. Se volvió entonces el whig John Russell y le dijo: "¡Necesita mucho valor un jefe de partido para defender de ese modo unas doctrinas que causan horror a sus amigos!"

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