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José Antonio Martínez-Abarca

Del sostienefarolas al liberado

Los liberados van a poner el grito en el cielo porque es muy cansado cobrar por no hacer nada y encima que te hagan ir a fichar de vez en cuando.

Escribía Julio Camba que, cuando anduleaba por la calle de aquella España de primer tercio del siglo XX, se quedaba mirando sin prisa, tomando notas mentalmente para hacer un artículo tres meses después, a los muchos viandantes que a su vez se paraban a mirar cómo trabajaban otros y que normalmente se quedaban apoyados en una farola, fascinados por el espectáculo del trabajo ajeno. La figura del clásico "sostienefarolas" no viene de los borrachos nocherniegos, sino de aquel particular ecosistema laboral español, aunque hoy, vía verticalismo franquista, los mirones callejeros reciben otro nombre más burocrático y más dignamente inscribible luego en sus lápidas: liberados sindicales. O sea, los que están liberados de currelar para largarse a dar un voltio y poder sostener una buena farola, mirando cómo unos pocos aún tienen que levantarse temprano mientras ellos, cómo no saben cómo apedrear ya perros, que se decía antes, convocan alardes de desoficio a media mañana, como el otro día hicieron UGT y CC.OO., agitando banderitas antes de irse a tomar unas cañas mientras claman contra la avaricia y el egoísmo capitalistas.

Camba, así, sostenía el muro del Hotel Palace madrileño (hospedándose allí de gorra y poniendo de vez en cuando en la sartén, por refreírlos, artículos publicados cuarenta años antes, a veces en el mismo periódico, para volver a cobrarlos), observando morosamente desde su privilegiada atalaya cómo otros sostenían las farolas, al contemplar éstos el inusitado espectáculo de una cuadrilla de excéntricos dándole al pico y a la pala. En aquella España ver a alguien esforzándose era como advertir la presencia de un león enjaulado en las calles: pronto se congregaba una muchedumbre desocupada a ver qué pasaba. Nada menos que el que estaban abriendo una zanja, por ejemplo. Un vago reproche que hoy llamaríamos sindical recorría la expresión facial de los mirones. Y ello porque los de la zanja estaban sin duda contaminados de teorías extranjeras, dedicándose a algo que, de extenderse por el país, podría tener consecuencias impredecibles para los que Cándido Méndez llamaría "los derechos adquiridos". Por ejemplo, que a España le diera por ponerse a trabajar.

Eran tiempos, entonces como los de ahora, en que constaba la indignación de los que eran agraciados con canonjías o fielatos del Gobierno y no podían soportar la idea de tener que ir una vez al mes y subir las escaleras de la institución oficial correspondiente para firmar la nómina y cobrar por no hacer nada, porque esa escalinata mensual la reputaban cansadísima y estimaban que la nómina debían enviársela directamente a casa. Igual que ocurre con los miles de liberados con los que quiere acabar la presidenta madrileña Esperanza Aguirre: que de repente los van a desligar de su esforzada "liberación" y los va a trasladar a la administración regional a trabajar en nada (ya que vienen a duplicar o triplicar tareas que ya están haciendo, o no haciendo, otros): los liberados van a poner el grito en el cielo porque es muy cansado cobrar por no hacer nada y encima que te hagan ir a fichar de vez en cuando.

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