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José Antonio Martínez-Abarca

Fraga, donde siempre

Tampoco diremos que don Manuel chochea, por mucho que políticamente es alguien que hace mucho que pasó lo translúcido. Disfruta del pleno uso de las mismas facultades mentales que tenía como entusiasta miembro del Movimiento.

Igual que el estilo al escribir "es una facultad del alma", y no una técnica o un amaestramiento, el ser un fascistón irrecuperable y natural tampoco es cuestión de ideología, sino que también es cosa del alma. Por mucho que Castro dijese, para que le llorase en las barbas un poco más en aquel inolvidable viaje oficial, que "Fraga es más de izquierdas que muchos que se dicen de izquierdas", Manuel Fraga Iribarne siempre será lo mismo que ha sido siempre y no puede dejar de ser, por una cuestión espiritual, inconsútil y definitiva. Y no hay más. O, como diría él, "y ya no tengo nada más que decir".

La llamada "evolución de Fraga" es uno de los grandes mitos de la historiografía política moderna. A no ser que por evolución de Fraga se refieran a que antes le gustaba el pulpo con cachelos y ahora prefiere la lamprea en su sangre, o a la viceversa; o que antes se escoraba al bambolearse de un lado y últimamente del otro, o que antes pensaba que el condón es una porquería y ahora cree que es una guarrada. Políticamente, estamos hablando del mismo tipo tirando a inquietante que confunde sus principios y obsesiones particulares (que suelen tener una rara cualidad fósil, del adulterio a Gallardón, pasando por Cobo y Ava Gardner) con los del país, y al que ningún ideal de regeneración sistémica mueve. Este histórico "patrón" de la derecha ya se hundió con su barco de techo bajo hace decenios, y de vez en cuando vuelve a la superficie a dar, provisto de esa cólera impotente que gastan los mal exhumados, el parte de ahogado.

Tanto más se enfada cuanto sus amenazas son las de los espectros: un débil remanente de energía en las habitaciones del partido que un día moró, a las que nadie en su sano juicio hace ningún caso. Ningún respeto hay que guardarle ya a quien se ha encargado repetidamente de perdérselo a sí mismo y a sus ex votantes (reconozco ser uno de ellos). Tampoco diremos que don Manuel chochea, por mucho que políticamente es alguien que hace mucho que pasó lo translúcido. Disfruta del pleno uso de las mismas facultades mentales que tenía como entusiasta miembro del Movimiento. Nació para la "democracia orgánica", por la impunidad que este régimen otorgaba a sus indescriptibles maneras y a su incorregible alma, y en ella sigue.

Nada de extraño que sus más antiguos y juramentados seguidores, los que en sus clandestinas tenidas adoran un idolillo en forma de cabeza elefantiásica en la que todo el Estado cabe, sean los ex dirigentes que siempre se sintieron a disgusto en el PP (otra cosa era AP, ah, los buenos tiempos) y que siempre odiaron a Aznar, y en ello siguen, porque se atrevió a poner en hora la derecha con los regímenes parlamentarios homologados en el mundo. Los que acabaron abandonando el PP para "evolucionar" hacia el territorio que en realidad no habían dejado ni por un instante: la extrema derecha colectivista que no se pasó en su hora al felipismo (como hizo, en transición natural, mucha parte del falangismo), tal vez porque lo consideraban demasiado tibio e inconcluso, y que ahora, en multitud de foros, defiende el zapaterismo obrerista como una especie de movimiento nacional segunda parte, por fin la revolución pendiente. No son, para nada, extraños compañeros de viaje, ni de cama. Los perros, si se les junta, se acaban llevando bien con los lobos.

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