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José Antonio Martínez-Abarca

No se amnistió a Franco

Para estos antifranquistas retrospectivos de ahora, los antifranquistas de verdad, con tal de que no les estropeen un buen titular o una buena consigna, aún tendrían que estar sin amnistía y pudriéndose en la cárcel.

Me imagino que, en efecto, no fueron aproximadamente trescientos millones de españoles sino tres gatos los que corrieron delante de los "grises" franquistas. Pero no lo puedo asegurar a ojo, porque uno por entonces estaba saliendo del huevo, con lo cual callo y dejo a la impía retrospectiva de colegas de estas páginas algo más añosos el relato de los hechos. Mi primer recuerdo digamos político fue durante un atasco en aquel estéticamente tiznado Madrid de los primeros setenta (tan bien aunque involuntariamente retratado en la casposa película española Comando Txiquía, muerte de un presidente, sobre lo de Carrero), cuando uno de aquellos guardias de tráfico urbano llamados "calimeros", los que parecía que llevaban estrellado medio huevo de avestruz en la cabeza, cogió por la pechera y levantó una porra de cursi cuero blanco a un automovilista, lo cual, ante el grito de mi madre, me impresionó algo. Como pasado antifranquista no está tan mal. Con mucho menos que ese recuerdo infantil algunos han fabricado una memoria histórica con efectos retroactivos, asegurando que todo el cuerpo de urbanos les persiguió por sus ideas políticas durante un atasco entre un bonito bosque de porras blancas.

Pero para cuando llegó la Ley de Amnistía del 77, uno leía ya los entusiastas periódicos del momento, y lo que sucedió no se corresponde para nada con lo que expelen en esas "manifas" garzonitas de ahora.

La Ley de Amnistía del 77, y luego la del 79, fueron un perfecto escándalo, sí, pero para los nostálgicos... de Franco. Se quiere hacer creer ahora, incluso a los gagás de ochenta años que se supone que entonces también estaban, que los antifranquistas que hacían recorridos virtuales por la sedición –como Emilio Salgari daba vueltas al saloncito de estar para imaginarse la vida silvana de Sandokán, el Tigre de Malasia–, se echaron a las calles para mostrar su contrariedad porque aquella amnistía iba a permitir que no se pudiese procesar a los vencedores de la Guerra Civil. No hubo tal. Hubo al contrario: miedo constatable y activo por parte de las clases medias que no se metieron en política cuando el Generalísimo porque se vaciaban las cárceles, vertiendo su contenido directamente a la noche y a los callejones patrios. El Régimen no se amnistiaba a sí mismo porque tuviese miedo de que, treinta y tantos años más tarde, los cristobitas del sindicato de la "Zeja" lo denunciasen. Porque entonces no se veía ni a medio juez ni a un cuarto de rector universitario ejercitando a gritos la memoria histórica (habían corrido tantos, y tanto, delante de los "grises", que sin duda se habían perdido de vista de todos). No. Eran los herederos del franquismo los que, "de Ley a Ley a través de la Ley" (Fernández Miranda, aquella especie de abuelo de Los monster al servicio del Rey), soltaban el contenido de las prisiones como condescendencia hacia los perdedores de la guerra.

Presentan la Ley que Garzón laminó, prevaricando presuntamente, como despreciable y obviable por la Auténtica Justicia ("Carta blanca para Garzón") al ser una imposición del franquismo postrero para acogerse a sagrado, cuando fue al revés, ya que impedía a ese mismo franquismo evolucionado darse gusto al cuerpo con los represaliados. El perdón fue de los franquistas hacia los antifranquistas, no se confundan. Para estos antifranquistas retrospectivos de ahora, los antifranquistas de verdad, con tal de que no les estropeen un buen titular o una buena consigna, aún tendrían que estar sin amnistía y pudriéndose en la cárcel.

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