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José Antonio Martínez-Abarca

Presupuestos visionarios

El Gobierno asegura que sólo acercándonos y poniendo nuestras yemas sobre ciertas palabras nos sanaremos de los residuos de la economía del pasado y seremos benéficos medioambientalmente.

"La sociedad del conocimiento", a falta de mejores, si es que hay algunas, explicaciones gubernamentales, debe de ser algo así como que los españoles dejen de trabajar –los que aún lo hagan–, se acerquen a tocar el misterioso monolito negro que sale en 2001 de Kubrick, se vuelvan de pronto sapientes por ciencia infusa y encuentren por esas cosas que pasan que tienen los bolsillos llenos y el país saneado. Hay que acabar con caducos modelos de desarrollo no sostenibles y alcanzar la "sociedad del conocimiento", dice el Gobierno en punto de exponer las cuentas públicas para el próximo ejercicio, esta semana. Cuarenta años después de estrenada la película del espacio se sigue discutiendo qué diantres significaba exactamente eso del monolito como dentro de cuarenta años seguiremos sin ponernos de acuerdo en qué consiste eso de llegar a la "sociedad del conocimiento", siempre de la mano del PNV. Y habremos pasado cuarenta años tan
entretenidos.

Pero el Gobierno asegura, en boca de la vicepresidenta Elena Salgado que este martes hacía un discurso más visionario que contable en la tribuna del Congreso de los Diputados, que sólo acercándonos y poniendo nuestras yemas sobre ciertas palabras (que siempre imagino imponentes, cuadrangulares y de color basalto) nos sanaremos de los residuos de la economía del pasado y seremos benéficos medioambientalmente. No dicen si también, como cierta secta indostánica jainita, habremos de barrer cuidadosamente antes de pisar no sea que alguna hormiga salga herida.

Una vez acariciado el "corpus" doctrinal de esta gente compuesto como digo de dos o tres palabras, el Gobierno supone que habremos llegado a una mágica revelación de progreso y que, al arrojarla graciosamente al aire describiendo volatinerías sobre su eje –igual que un calcinado fémur se convertía en una nave espacial en la misma anticipadora película–, la Economía habrá pasado, sin saber cómo ni por qué y en audaz salto de decenas de miles de años, de insostenible a sostenible.

Eso, naturalmente, nos va a costar muchísimo dinero, confiscado a las clases medias bajo la sabia vara de los sindicatos. Lo sostenible siempre cuesta más perras que lo insostenible, como los "productos biológicos" cuestan más que simplemente los productos. El destino del país vale el inmenso esfuerzo que hacen con nuestro dinero. Relevados de su función, los anacrónicos sectores primario, secundario y terciario, es decir, agro, fábrica y servicios, aquellas antigüallas que nos han dado de comer durante el postfranquismo aznarista pero que ya no sirven para los estrategas del ecozapaterismo, se impone pertrechar misiones subvencionadas por todo el mundo que, al igual que los parapsicólogos del III Reich buscaban el Grial en Monstserrat, encuentren en alguna inscripción perdida o en algún valle encantado el mítico "conocimiento" que desean descifrar. La búsqueda del "conocimiento" (el árbol de la ciencia progre) está a la par ya que la del unicornio.

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