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José Carlos Rodríguez

Hay que parar a la SGAE

La SGAE es un precipitado del izquierdismo patrio, y por tanto cree que los derechos individuales tienen un valor instrumental. Si hay que colarse donde no están invitados, pues lo hacen.

La SGAE, en su esfuerzo por defender lo castizo, ha llegado a lo máximo: han profesionalizado a los gorrones. El avispao que se cuela en las bodas y bautizos para cazar un canapé volador, que no sabe qué responder si le preguntan si viene de la novia o del novio, ha pasado a la historia. La SGAE cuenta con auténticos profesionales, y busca hacer de los gorrones una profesión respetable. Aunque, ya puestos, podría hacer lo mismo con Luis Candelas y demás. Pero adaptado a los nuevos tiempos, claro está, cobrando por el uso de todo tipo de aparatos electrónicos.

La SGAE está absolutamente desatada. Siente el amparo desde el poder, y eso envalentona al más cobarde. Pero una cosa es sentir su aliento y otra lo que se haga a su amparo, y eso último depende de las ideas y los objetivos que se tengan. Por lo que se refiere a las primeras, la SGAE es un precipitado del izquierdismo patrio, y por tanto cree que los derechos individuales tienen un valor instrumental. Si hay que colarse donde no están invitados, pues lo hacen, porque es por una buena causa: denunciar a cualquier ciudadano que no haya pasado por caja; por su caja.

Pero es que han llegado al extremo de espiar a los críticos. Daniel cree que con él no ha ido la cosa. Un amigo común me ha contado recientemente que alguien le dijo unas palabras como estas: "un amigo mío, directivo de la SGAE, quiere que sepas que saben dónde trabajas". Inconfundible estilo; hay todo un género de películas trufadas con frases como ésta. Creo que Daniel no debería sentirse discriminado. Si alguien se les enfrenta, que sepa que no le saldrá gratis. Si llegaron a exigir que se pidiera el DNI para navegar por la red, es que tienen una ideología totalitaria.

La SGAE desconoce lo que sea una auditoría externa independiente. Y si el Estado le ha cedido una licencia para cobrar impuestos, que no otra cosa es el canon, lo menos que se podía exigir es que sus cuantiosos ingresos pasaran por un cuidadoso examen. Y los gastos, claro está; ¿dónde va todo ese dinero que, en principio, se destina en exclusiva a los autores? ¿Cuáles son los negocios de la SGAE, cuál su entramado empresarial, sus conexiones con la política? Esta sociedad de autores, que se cree con el derecho de espiar al ciudadano de a pie, debería ser la fiscalizada, o acabará convirtiéndose en un microestado dentro del Estado.

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