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José Carlos Rodríguez

John Roberts, presidente del Supremo

Pero si hay un asunto que llamará a la puerta del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en más de una ocasión, es el del terrorismo, que puede ser utilizado por el gobierno federal para justificar cualquier invasión de los derechos de los individuos.

El Senado de los Estados Unidos ha elegido al 17º Presidente del Tribunal Supremo en la persona de John Roberts, un juez de formación historiador. Comienza su trabajo este lunes, 3 de octubre. Roberts atesora una formación notable para su edad, 50 años, y tanto la calidad de sus juicios como su humilde servicio a la ley y no a su visión del mundo han sido reconocidos ampliamente. Sustituir a William Rehnquist supone iniciar el trabajo de su vida bajo la larga sombra de uno de los jefes del TS más importantes de la decena y media que había ocupado el cargo. Roberts está perfectamente preparado para ello, pero va a tener que echar mano de todos sus recursos, porque en las tres próximas décadas en que ocupará su cargo se tendrá que enfrentar a problemas de primera magnitud.
 
Él es un defensor del libre mercado, según se puede inferir de su tesis, una historia del Partido Liberal Británico, en la que alaba su pasada defensa del laissez faire y lamenta que abandonara el camino de la libertad por un reformismo intervensionista que ha privado a los británicos de los mayores defensores de su libertad. Creo que esto es excelente, porque no todos los conservadores tienen la capacidad de apreciar la función social del libre intercambio, y muchos lo han mirado con cierta desconfianza.
 
Tras jurar como sustituto de Rehnquist, hizo toda una declaración de intenciones, al decir “Lo que Daniel Webster llamó el milagro de nuestra Constitución no es algo que ocurra a cada generación, pero toda generación ha de aceptar la responsabilidad de apoyar y defender la Constitución, y mantener la verdadera fe y la fidelidad a ella”. La Constitución como norma suprema, sostén de los derechos individuales y base de la convivencia civilizada. Roberts se ha posicionado explícitamente en su defensa, e implícitamente en contra de la teoría de la “Constitución viva” y del activismo judicial, que sustituye a la Carta Magna por la mera ideología de los jueces. Emociona ver desde España que hay quien está dispuesto a defender la mejor y más antigua Constitución del mundo, en un momento en que nuestro presidente está dispuesto a entregar la nuestra al tripartito.
 
Roberts se enfrentará a problemas como la expropiación forzosa, el derecho a la intimidad, el derecho al aborto y muchos otros. Pero si hay un asunto que llamará a la puerta del Tribunal Supremo de los Estados Unidos en más de una ocasión, es el del terrorismo. La lucha contra el mismo puede ser utilizado por el gobierno federal para justificar cualquier invasión de los poderes de los Estados, o incluso de los derechos de los individuos. El gobierno de Bush es un triste ejemplo, en este sentido. Ha centralizado la gestión de la seguridad de los aeropuertos, muchos de ellos privados y que gestionaban su seguridad de forma autónoma, y este es solo un ejemplo. Como el terrorismo no se extinguirá jamás, sino que solo se puede llegar a reducir significativamente, siempre se podrá poner como excusa para la invasión de los derechos de los ciudadanos, en nombre de su seguridad. Incluso de su libertad. La presión sobre el Tribunal Supremo será entonces muy fuerte. Esperemos que los actuales y futuros miembros de dicha institución, bajo la presidencia de Roberts, sepa mantener la fidelidad a la Constitución.

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