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José Carlos Rodríguez

Mentir para decir la verdad

Para él, como para muchos en la izquierda, la verdad profunda sobre las cosas es su ideología. Y que esté mal avenida con tal o cual manifestación de la realidad no le resta validez. Es más, se debe defender recurriendo, incluso, a la mentira.

El oficio del periodista es sencillo. No digo fácil, sino sencillo. Consiste en escribir un relato veraz sobre un hecho relevante. Tan sencillo que a muchos les sabe a muy poco. En particular, a los periodistas. Recuerdo una encuesta que se hizo en la facultad de Periodismo de la Universidad Complutense. ¿Por qué quieres ser periodista?, repetían los entrevistadores. La respuesta más común era: "para cambiar el mundo". Una tesis mal digerida. Un periodista tendría que limitarse a contar lo que acaece: ¡como si no fuera ello lo suficientemente importante!

Digo todo esto a cuenta de la polémica entre Arcadi Espada, Javier Cercas, Francisco Rico y otros a cuenta de la mentira. La de Francisco Rico, que para reforzar sus argumentos contra la ley del tabaco, dijo falsamente que él nunca había fumado. Se hizo pasar por Agamenón siendo sólo su porquero. Y sin caer en la cuenta de que, para la relevancia de sus argumentos, no era relevante cuál de los dos hubiese sido. Es más, tampoco era relevante que fuera Francisco Rico.

No hay mentiroso al que no le salgan defensores. Francisco Rico tiene suerte de vivir en la Era Javier Cercas. El escritor es un gran defensor de la mentira y no podía esconderse ante el atropello que estaba sufriendo la de Rico. Su respuesta es tan espectacular que no creo que se pueda mejorar. Guantes, comillas: "El mejor lugar donde asediar la verdad factual del presente es el periódico. ¿Quiere esto decir que hay que exigir que todo lo que se cuenta en el periódico responde a la verdad de los hechos? A mi juicio, no... Para la defensora del lector, que tomó cartas en el asunto, 'lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad'. Discrepo: lo que se plantea en este caso es hasta qué punto es lícito gastar una broma en un periódico". Comillas, guantes.

A Javier Cercas, como a Juan Manuel de Prada, le gusta mandar a sus lectores al diccionario. "¿Tendrá 'asediar' un significado que se me escape?", pensé. RAE: 1) Cercar (¿será eso?) un punto fortificado, para impedir que salgan quienes están en él o que reciban socorro de fuera. 2) importunar a alguien sin descanso con pretensiones. No entiendo que la verdad deba estar cercada o importunada en un periódico. ¿De veras ha hablado de "asediar la verdad factual"? Pues sí. ¿Habrá querido decir asentar? Pero sigamos.

Cercas, en su asedio a la verdad, discrepa de sí mismo. Pues si dice que no todo lo que se dice en un periódico tiene que responder a la verdad de los hechos para que el mensaje sea cierto, y parece que de ello se trataba, la cuestión sí es "hasta qué punto es lícito recurrir a una mentira para defender una verdad". Es normal que la defensora del lector de El País se haga, ella misma, esos planteamientos. Hasta un punto, pensará Milagros Pérez Oliva, será lícito mentir para decir la verdad.

No se sorprenda el lector. Porque son muchos los que piensan que es posible. Y si el fin último es decir la verdad, ¿no cubre ese objetivo con un manto de licitud al andamio de mentiras necesario para llegar a ella? Dan Rather se defendía de haber mentido sobre George W. Bush en plena campaña presidencial, diciendo: "Creo que se puede ser una persona honesta y mentir sobre una serie de cosas". Y lo cree porque para él, como para muchos en la izquierda, la verdad profunda sobre las cosas es su ideología. Y que esté mal avenida con tal o cual manifestación de la realidad no le resta validez. Es más, se debe defender recurriendo, incluso, a la mentira. ¿No se ha hecho esto de forma sistemática? El País, no tengo que irme más lejos, ha sido un gran defensor de Michael Moore, otro de los que dan nombre a una era. Moore, digámoslo claro, es un conspicuo mentiroso, un burdo engañabobos, abrasado por la verdad de su ideología. ¿Cómo no iba a encontrar centenares, millares de Cercas en todo el mundo?

Pero ¿no hablábamos de Arcadi Espada? El periodista le respondió proclamando la prístina inocencia de Javier Cercas tras la detención del escritor en una redada contra una casa de putas de Arganzuela. La inocencia era cierta. La detención, no. Se trataba de "hacer de Cercas", es decir, "fabricar una verdad moral a partir de una mentira fáctica". Nunca se pueden calcular todos los efectos de una mentira; tampoco para el mentiroso. Aunque de todo este asunto el único que, parece, quedará incólume, a resguardo de cualquier verdad moral a partir de una mentira fáctica, es el propio Javier Cercas.

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