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José Carlos Rodríguez

Para tontos

Si usted ha pasado por la experiencia de ver la primera entrega de esta serie y ha salido convencido, hágaselo mirar. Porque está hecha para tontos. Para lerdos, estólidos y analfabetos funcionales.

Me he tapado la nariz para acercarme al basurero ideológico de Televisión Española, que ha esparcido su última contribución por los salones de millones de españoles. Se trata de una serie llamada "Voces contra la globalización"; según el director de propaganda tercermundista de la cadena, Jesús González, "esta serie documental es lo que significa la nueva televisión pública", que como la vieja, es un reducto antiliberal y nostálgico de viejas glorias.

Si usted ha pasado por la experiencia de ver la primera entrega de esta serie y ha salido convencido, hágaselo mirar. Porque está hecha para tontos. Para lerdos, estólidos y analfabetos funcionales. Para gente sin criterio. Para los estudiantes de la LOGSE, para quienes se dejan llevar con dos de hilo. Pues incluso quien esté en contra de la libertad de comercio en todo el mundo pero gaste más de dos dedos de frente se habrá percatado de la pobreza de ideas de esta pieza.

El documental salta de tema en tema, sin relación lógica o de otro tipo, y en cada apartado vemos a varios voceros contra la globalización, cada uno más miserable que el anterior, que a falta de argumentos lanzan (con el gesto muy serio) banales consignas para que se refuercen unas a las otras. Prietas las filas; sin diversidad de opiniones ni siquiera dentro del campo de los serviles: la ultraderecha y los nacionalismos son tan antiliberales y tan antiglobalización como ellos, pero no han sido invitados. Por toda oferta, los viejos mantras marxistas, que se resisten a morir; a compartir el destino de sus cien millones de víctimas. Como le parecen pocas, como el mundo crece y se ensancha, se libera de las ataduras del control político y con ellas de la miseria a que éste le condenaba, el marxismo, con nuevos viejos ropajes, reaparece para intentar frenar la globalización. Para detener este proceso extraordinario de integración económica en esa red de relaciones voluntarias que es el mercado, y que está llegando a áreas nuevas y liberando de la miseria a centenares de millones de personas.

¿Que no se cree que este bodrio esté hecho para tontos? Mire: presentaban al mundo como una víctima propiciatoria de las grandes corporaciones, que todo lo controlan; desde los gobiernos, pobres marionetas a sus órdenes, hasta los medios de comunicación. ¿Cree que explicaron cómo es posible que se dé un hecho tan extraordinario y tan notable y del que el común no nos damos ni cuenta? Más: Susan George nos advierte de lo malos que son los capitales explotadores. Tan, tan, tan malos, que para hacer daño a un país son capaces de huir. ¿Pero no hemos quedado en que el capital es malo y explota a la gente? ¿No le hará bien a las sociedades de las que huye? ¿En qué quedamos? El televidente tonto, al que dedico este artículo, ni se lo habrá planteado.

Esta democracia no sirve, claro está. El gran demócrata Saramago identifica la democracia con el control por el Estado de nuestras vidas. Taibo se escandaliza cuando dice que "están desapareciendo los controles". Pérez Esquivel dice que la democracia es como un cocinero que convoca a los animales que va a cocinar y les pregunta "¿con qué salsa queréis que os cocine?". Esquivel, ¿preguntan tus amadísimos terroristas a sus víctimas con qué arma quieren ser asesinadas?

Pero eso, ni el tonto ni Esquivel se lo plantean. Como los demás, cree que "otro mundo es posible". El que se hundió cuando en una ocasión nadie pudo detener a un grupo de ciudadanos que quiso derribar el muro que les impedía huir a la libertad. A esa tiranía se refiere Beneyto cuando critica el "neoliberalismo" (suenan acordes de peli de miedo de serie B, cuando se le menta en el documental) y se duele de que con el "arrumbamiento de los valores de la izquierda hemos perdido los valores éticos". Los del Gulag, vaya.

En toda la pieza propagandística no se encontrará ni una explicación de por qué el intercambio voluntario, que es la célula del mercado, nos hace más pobres. Por qué la empresarialidad y la iniciativa privada nos lleva a la miseria. Por qué ahorrar y destinar el capital acumulado a nuevos proyectos más productivos nos hunde en un mar de privaciones. Ni una única razón de por qué debemos dejarnos controlar por el Estado. Ni un solo dato de cómo está evolucionando la pobreza en el mundo. Da igual: nada de esto se le pasa por la imaginación al tonto. Si la realidad es que el hambre y la pobreza remiten, miramos a otro lado, intercalamos unas cuantas imágenes con cuatro consignas, y a correr.

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