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José Carlos Rodríguez

Presilente

Le hemos dado los votos, la confianza, nuestras esperanzas y los abrumadores deseos de cambio. Estamos todos expectantes y Mariano Rajoy, por el momento, no ha dicho nada. Ni de la situación de España, ni de sus planes, ni de su equipo. Nada.

Mariano Rajoy prometió en Málaga decir la verdad después de las elecciones. Tendría sentido en un ambiente íntimo, pero como promesa electoral resultaba muy chocante. Estaba diciendo que nos hurtaría su opinión sobre la situación de España hasta que le hubiésemos dado en las urnas la confianza ciega, o al menos sorda. El caso es que le hemos dado los votos, la confianza, nuestras esperanzas y los abrumadores deseos de cambio. Estamos todos expectantes y Mariano Rajoy, por el momento, no ha dicho nada. Ni de la situación de España, ni de sus planes, ni de su equipo. Nada. Sólo conocemos el plazo que se ha dado para uno de sus incontables silencios: no desvelará la composición de su Gobierno hasta que no jure ante el Rey.

Esta será la tónica de Mariano Rajoy. Ha resuelto no decir muchas tonterías a base de callarlo casi todo, lo que no debe decir, pero quizás a veces también lo que debe. Hoy todos necesitamos que Rajoy explique por dónde piensa conducir el Gobierno. No es el último motivo que debe mostrar un compromiso claro con los recortes y las reformas que le haga ver a los mercados que pueden seguir confiando en este pueblo, por muy mal informado que esté sobre cómo funcionan las cosas, y por muy mal que se haya conducido en los últimos años.

Bien es cierto que Rajoy no cuenta aún con todos los datos sobre la evolución de las cuentas del reino. Y que prefiere esperar a tener algo fiable que decir antes de lanzar unas palabras que le vuelvan como un boomerang. Rodríguez Zapatero pretendía cambiar la realidad con sus palabras. "No hay crisis", decía, como si sólo eso bastara para conjurarla. Y prometía la pronta recuperación, como si la sola promesa pudiese autocumplirse gracias a la infalible palanca de la confianza. La realidad se ha vengado de tanto desprecio con que le trató Zapatero. Rajoy espera a que la realidad se presente en su despacho para elaborar, concienzudamente, su respuesta. Todo el plazo que pasa desde las primeras alarmas a las palabras de Rajoy estará cubierto por un mayúsculo silencio. Por eso, tendremos que llamarle presilente, presilente Rajoy.

No seré yo quien le reproche que le otorgue valor a las palabras y al compromiso que adquiere con ellas. No es sólo el crédito económico lo que le falta al Gobierno de España. También el crédito político, el crédito ante la ciudadanía.

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