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José Carlos Rodríguez

Tres pasos de Francisco

A mí, he de confesarlo, se me heló la sangre al saber que se trataba de Jorge Mario Bergoglio. No es por lo que piensa, sino por jesuita.

A mí, he de confesarlo, se me heló la sangre al saber que se trataba de Jorge Mario Bergoglio. No es por lo que piensa, sino por jesuita.

¡Qué inmenso gozo el de tener nuevo papa! A mí, he de confesarlo, se me heló la sangre al saber que se trataba de Jorge Mario Bergoglio. No es por lo que piensa, sino por jesuita. Es debatible que la Compañía de Jesús haya dado lo mejor de la Iglesia en los últimos años, pero es un hecho científicamente demostrable (con la ciencia materialista y dialéctica) que han dado lo peor de la misma. De modo que, con ardiente inquietud, he seguido los primeros pasos del Papa, para ver en ellos la vereda por la que seguirán los siguientes.

Uno de ellos, temprano y firme, fue pronunciar estas palabras: "Si no confesamos a Jesucristo, no vale. Nos convertiríamos en una ONG filantrópica". Pues ¿cómo no iba la Iglesia a predicar a Jesucristo? ¿Por qué esa mención a las ONG? Era una referencia expresa a la teología de la liberación, así llamada. Es jesuita, pero no de esos. Bien.

Segundo paso. Queda claro que no hace falta predicar el marxismo para hablar de pobreza. Es un tema propio de la Iglesia desde el camello y la aguja, y al respecto Francisco ha llegado a decir: "¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!". Por un lado, es un empeño ¡tan fácil! Y, por otro, yo tengo problemas morales con esa exaltación de la pobreza. La pobreza, si merece tal nombre, puede llegar a ser hasta cierto punto degradante. Tan es así que la propia Iglesia denuncia a diario la situación en que viven millones de personas por falta de medios. ¿En qué quedamos, es una lacerante condena o es un ideal de vida? Sea lo que sea, la Iglesia, incluso desinfectada de marxismo, condena al capitalismo por la pobreza en el mundo, y también por la riqueza que procura. ¡Y a un tiempo! La Iglesia, pese a acumular siglos de pensamiento al respecto, sigue perpleja ante la pobreza. Lo último que ha hecho es sumarse al carro socialdemócrata, que vaya tela.

El tercer paso de Francisco parece más dudoso. Desde su salida al balcón de la basílica de San Pedro, que fue el balcón de los medios de comunicación de todo el mundo, ha mostrado su cercanía a la gente. Su anillo es dorado, pero de plata. Viaja en un coche del Papa que no es un papamóvil, y se para en el camino para bendecir a los impedidos. Cristina Fernández de Kirchner ha captado el mensaje. Le ha preguntado si se puede tocar a un Papa, y éste le ha respondido lanzándole un par de besos. Francisco ha roto esas barreras etéreas, pero reales, que imponen respeto y reverencia. Una reverencia que no es a su persona, humilde, sino a su función, inmensa. Una reverencia que Bergoglio debería tener por Francisco.

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