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José Enrique Rosendo

El mercado y las Cajas de Ahorro

Como la mitad de nuestro sistema financiero está sustraído al mercado, el único control relevante y verdaderamente independiente que padecen es el de las inspecciones periódicas o especiales del Banco de España.

Las Cajas de Ahorros españolas representan casi la mitad del sistema financiero de nuestro país. Resulta curioso, aunque se trate de un tópico consabido. Y es tanto más sorprendente si tenemos en cuenta que las Cajas de Ahorros no cuentan con el saludable contraste del mercado, ya que en su inmensa mayoría son corporaciones de derecho público, a diferencia de lo que sucede con los Bancos.

De modo que, como la mitad de nuestro importantísimo sistema financiero está sustraído al análisis de las grandes casas de inversión nacionales e internacionales y, por descontado, de la cotización bursátil (es decir, el mercado), el único control relevante y verdaderamente independiente que padecen es el de las inspecciones periódicas o especiales del Banco de España.

Otra de las características de muchas Cajas de Ahorros es que cuentan con unos volúmenes relativamente modestos de negocio, y que por tanto o tienen una estructura profesional debilitada o, por el contrario, unas estructuras centrales que pesan demasiado en la cuenta de resultados. Para solucionar este grave inconveniente, las cajas, en los últimos lustros, se han lanzado a crecer vía fusiones (o adquisiciones de otras entidades financieras: bancos nacionales o internacionales) o a extenderse en territorios ajenos a sus ámbitos históricos.

Claro que también muchas cajas de ahorros han tomado el atajo de invertir con desmesura en el sector del ladrillo, por medio de diversas fórmulas: por la más arriesgada de constituir sociedades mixtas entidad-promotor; por la más mesurada y convencional de concesión de créditos e hipotecas; y por último, por la vía intermedia de tomar paquetes accionariales de inmobiliarias cotizadas en bolsa: un ejemplo nítido al respecto es Colonial o en su tiempo Metrovacesa. No hay nada de extraño: el ladrillo ha dado para mucho y ha proporcionado un largo periodo de beneficios de dos dígitos anuales, que desde luego no es moco de pavo.

El problema viene ahora, cuando el mercado ya no muestra alegrías de ningún tipo y esos atajos se convierten finalmente en un auténtico quebradero de cabeza para los presidentes y gestores de estas entidades de crédito, y de modo especial para las que disponen de menos volumen de pasivo.

Desde luego que no todas las cajas de ahorros se han comportado de la misma manera. La Caixa o Caja Madrid, por poner dos ejemplos, son enormemente eficientes y han sido gestionadas con parámetros de calidad muy profesionales. La entidad que preside Blesa, por poner dos ejemplos, ha conseguido una extraordinaria plusvalía por la gestión de su posición en Endesa y ahora acaba de ampliar notablemente su participación en Iberia, una compañía cuya cotización bursátil equivale en números redondo a su propia caja (toda una ganga).

Sin embargo, ahora que afrontamos unas inminentes elecciones generales que nos llenarán la cabeza a todos de promesas e ideas bienintencionadas, convendría preguntarse si es bueno que la mitad de nuestro sistema financiero no esté bajo la atenta lupa de los analistas financieros y de la valoración de los inversores. El propio Banco de España ha puesto el dedo en esta llaga en más de una ocasión, y la actual crisis financiera quizá evidencie que este aspecto es un problema que requiere tomar alguna decisión.

Desde luego, esto se resolvería con la privatización de estas entidades, que es mi opción preferida como liberal; pero también caben otros medios menos complejos técnica y políticamente. La Caixa, con la salida a bolsa de su cartera industrial, ha dado un paso en esa dirección. Aún es pronto para saber si esa ingeniosa apuesta es la solución al problema, aunque me barrunto que este sistema resultará claramente insuficiente, o simplemente un modo de hacer caja para nuevas adquisiciones.

En Libre Mercado

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