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José Enrique Rosendo

Ferrusola y Sonsoles

Pujol puede desmarcarse de su señora, aunque no le arriendo las ganancias. Pero ese acto no dejará de ser simplemente una pose estética porque todos hemos comprendido que Ferrusola habla en público lo que el matrimonio Pujol tiene claro en la intimidad

Ahora que los chavales se educan en la Ciudadanía de Zapatero tal vez no sea correcto decir aquello de que detrás de todo gran hombre hay una magnífica mujer.

En la historia remota hubo no pocas mujeres que, a pesar de verse relegadas por su condición femenina, tuvieron un protagonismo político inusitado para sus coetáneos. Tal es el caso de la vasca Subh, la esposa del califa cordobés Al Hakam II, que como este era de la tendencia de Zerolo, según parece, se las ingenió para que su amante, Al Mansur, medrara políticamente hasta convertirse en el mítico caudillo que llevara el espíritu premonitorio de la Alianza de las Civilizaciones hasta las faldas mismas de los ancestros de Arzallus.

A lo largo de los siglos, las mujeres han utilizado la persuasión y los encantos para hacer política. Con el tiempo y la modernidad, como es lógico, las cosas fueron poniéndose en su sitio, especialmente a partir de la cuota instaurada por Carmen Romero en tiempos en los que su marido, Felipe González, sentaba sus posaderas en el despacho de la Moncloa.

Ustedes mismos se acordarán de aquel triunfo rotundo de las listas cremalleras cuando en los albores de la pasada legislatura, las señoras ministras acompañadas de la vicepresidenta posaron, eso sí, como modelos de alta costura pero progresistas a rabiar, para una revista de modas. Pero reconozcan conmigo que el mejor ejemplo de la cuota de mujeres socialistas es Consuelo Rumí, la escondidísima secretaria de Estado para la Inmigración. Todo un éxito el suyo, porque hay que reconocerle tablas y ciencia a esta señora, para haber aguantado cuatro años en la mamandurria sin que nadie la pusiera en solfa, a pesar de que España es hoy un coladero sin red.

Llegados a este punto quiero aclarar que a mi me parece básico, como se dice ahora, que las mujeres puedan desarrollar sus capacidades, todas ellas, sin más límite que la valía personal de cada una. Aunque, como comprenderán, precisamente por eso me opongo ferozmente a que una normativa imponga porcentajes de distribución de sexos para los puestos públicos y, todavía más aberrante, para algunos privados como los consejos de administración.

Pero volvamos al hilo inicial. Resulta que la esposa de Jordi Pujol, la incomparable Ferrusola, ha dicho que le molesta que un andaluz sea el Molt Honorable presidente de la Generalitat de Cataluña. Imagínense, ¡alguien que no tiene su apellido catalanizado! Convendrán conmigo en que Ferrusola es madre legítima de ese vástago que tiene Pujol, un tal Oriol, que lidera o al menos espolea al sector más independentista de Convergencia. Y que ahora, a la vejez viruela, nos vamos dando cuenta de lo mucho que efectivamente mandaba esta señora en la Plaza de San Jaime.

Pujol puede desmarcarse de su señora, aunque no le arriendo las ganancias. Pero ese acto no dejará de ser simplemente una pose estética porque todos hemos comprendido que Ferrusola habla en público lo que el matrimonio Pujol tiene claro en la intimidad, y precisamente por eso sus declaraciones alcanzan relevancia mediática.

A ella, por lo que se ve, le gusta dar el cante, no puede reprimir convertirse en el espejo invertido del personaje que su marido ha representado en la escena política nacional durante tanto tiempo.

Le ocurre otro tanto a la señora de nuestro querido presidente, Sonsoles, que también le gusta dar el cante y se entretiene emulando las dotes escénicas de su marido: lo mismo se trasviste en mujer de mala compañía para representar Carmen en París, que se embute de luto riguroso para entonar un aria lúgubre durante el acto institucional en memoria de los asesinados en Atocha el 11 de marzo de hace cuatro años.

Claro que, de momento, ninguna de las dos ha llegado al extremo de Carla Bruni. Aunque Sonsoles piense, casi seguro, que todo es ponerse. Total, hasta Bush ha terminado por llamar por teléfono a su marido...

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