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José Enrique Rosendo

Guardiola habla más claro que Rajoy

A Rajoy le queda poco más de un mes para demostrarnos a los españoles que despedir a Zapatero es sinónimo de que comenzamos la recuperación económica.

En el verano de 1980, cuando Ronald Reagan se batía contra Jimmy Carter, el presidente demócrata y aspirante a la reelección, la situación económica de Estados Unidos estaba claramente deteriorada, sobre todo por la conjunción del desempleo y la inflación. A ello se unía la intuición de que el keynesianismo había tocado fondo y que era incapaz de aportar soluciones reales a la economía.

En uno de sus muchos golpes de ingenio, Reagan aclaró en esa campaña electoral a los norteamericanos lo que era la recesión, la depresión y la recuperación, resumiendo hábilmente el sesudo programa económico que le había elaborado Alan Greenspan. Según el entonces candidato republicano, "recesión es cuando tu vecino pierde su empleo; depresión es cuando el empleo lo pierdes tú mismo; y recuperación es cuando el que pierde su puesto de trabajo es Jimmy Carter".

Casi podríamos suscribir esas declaraciones al pie de la letra, sustituyendo a Carter por Rodríguez Zapatero. Vistas las cosas aquí, en casa, parece que no cabe más remedio que un cambio de gobierno que nos permita afrontar la crisis económica con ciertas dosis de confianza. Sin embargo, tampoco crean que todo lo que reluce frente a Zapatero es oro.

Es cierto que el PSOE está cometiendo el gravísimo error de no reconocer que hay crisis. Le conviene que se instale en la opinión pública la idea de que sólo asistimos a pequeños desajustes económicos que, como dice Solbes, no hay que exagerar. Dudo de que la propaganda institucional y partidaria sea capaz de imponerse a algo que los ciudadanos, sobre todo las clases medias y los trabajadores, experimentan a diario: subida de precios descontrolada, menor renta disponible, crecimiento del paro y retraimiento del consumo.

Sin embargo, mientras las autoridades nieguen que hay crisis, la recuperación se retrasa y dificulta. Las crisis sólo se empiezan a superar cuando se reconocen e identifican los problemas, porque únicamente a partir de ese momento se pueden aplicar las medidas adecuadas. Aquí, en cambio, tenemos un Gobierno que no toma ninguna medida, porque teme más perder las elecciones que afrontar los problemas que vivimos los españoles.

Pero en paralelo, el PP también está cometiendo un grave error: se está dejando arrastrar por esa suerte de subasta del gasto público, sobre todo del social, en que parece haber entrado esta campaña electoral impulsada por un Zapatero nervioso y preso de la ansiedad. Los populares debieran insistir en la identificación de los problemas que han originado la crisis en su versión española, y en proponer medidas concretas con las que hacerle frente: rebaja de impuestos, reformas estructurales, mayor liberalización de los mercados y nueva oleada privatizadora. En cambio, su discurso se entrelaza torpemente con medidas de corte populista con un importante coste presupuestario.

Aquí, quien está hablando con más franqueza no son los políticos, sino los empresarios. Ahí tienen por ejemplo a Jaime Guardiola, el CEO de Banco Sabadell, pidiendo la privatización de las cajas de ahorros (véase Expansión del 1 de febrero), con el mismo argumento que yo esgrimí en Libertad Digital el pasado once de enero. O a Díaz Ferrán, que se desgañita pidiendo la rebaja del Impuesto de Sociedades. Pero no los políticos. En todo caso Pizarro, pero ya sabemos que acaba de llegar y que su mente aún está moldeada, afortunadamente, por criterios de empresa.

A Rajoy le queda poco más de un mes para demostrarnos a los españoles que despedir a Zapatero es sinónimo de que comenzamos la recuperación económica. Yo no estoy dispuesto a depositar actos de fe: exijo un programa económico auténticamente liberal. Hay margen para ello. Pero, sobre todo, hay necesidad de ello.

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