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José Enrique Rosendo

La electricidad y el tsunami económico

Nuestro país duerme el sueño de los justos en materia energética. No nos queremos enterar, empezando por el Gobierno y terminando por una sociedad embelesada por los ecologistas, de la endiablada situación que tenemos enfrente.

En diciembre del pasado año advertí en Libertad Digital que el Gobierno iba a subir la tarifa energética una vez que se celebraran las elecciones generales, ya que el déficit tarifario, es decir, la diferencia entre lo que se cobra al consumidor por la electricidad y el coste de producción de la misma, arroja un déficit que seguramente ya habrá superado el billón de las antiguas pesetas (6.000 millones de euros).

Si como es de esperar la Comisión Nacional de la Energía propone la subida de la tarifa eléctrica para ajustar coste con precio, el Gobierno, si le hace caso, tendrá ante sí una difícil papeleta, ya que un aumento en el recibo eléctrico traería consigo de modo inmediato un incremento de la inflación, que seguirá distanciándose del resto de nuestros socios en la Unión Europea, y afectará a la competitividad de nuestras empresas.

Malas noticias que no vienen solas. Hace unos días, uno de los países más poblados del mundo, Indonesia, anunció que el próximo año abandonará la OPEP. No es, desde luego, una noticia que haya despertado demasiado interés en la prensa salmón de nuestro país. Pero sin embargo tiene una gran relevancia para nosotros, ya que somos extraordinariamente dependientes del oro líquido: el motivo que aduce Indonesia para abandonar el cártel petrolero es que prácticamente ya no exporta porque todo lo que produce se queda para su consumo interno. Y hay más: dentro de poco tendrán incluso que comprar petróleo de terceros países, con el consiguiente efecto del lado de la oferta. Pero todavía más: en doce años, Indonesia habrá acabado con sus reservas petrolíferas, lo que tensionará aún más la demanda. ¿Qué quiere decir esto? Pues, sencillamente, que el petróleo seguirá subiendo y algunos hablan ya de que no tardará en alcanzar los 200 dólares el barril. Una barbaridad si lo comparamos con apenas un año atrás.

En este desolador escenario, nuestro país duerme el sueño de los justos en materia energética. No nos queremos enterar, empezando por el Gobierno y terminando por una sociedad embelesada por los ecologistas, de la endiablada situación que tenemos enfrente. España sigue siendo una isla por la incapacidad de conectarnos con la red eléctrica de Francia, país que produce mucha energía barata gracias a su tradicional apuesta por la energía nuclear; y nuestra extraordinaria necesidad de petróleo nos coloca en una situación muy difícil y vulnerable. Del gas y Argelia, mejor no hablar.

De momento nos está medio salvando la debilidad del dólar frente al euro. Pero Solbes no debiera confiarse demasiado en esta coyuntura, porque podría cambiar en los próximos años. En cambio, el Gobierno debiera mirar definitivamente hacia la energía nuclear, por un lado, y a la estimulación fiscal de la optimización del consumo energético, sobre todo de nuestras empresas. En cambio, apostar por la energía verde, lo hemos dicho muchas veces, no está mal, pero es cara, extraordinariamente cara, y nuestra economía no se puede permitir este lujo como única salida al problema.

Como podrán observar, la situación económica internacional no es precisamente buena. Pero el tsunami que se cierne sobre la economía española procede también de nuestros propios errores de bulto. Este es un ejemplo.

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