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José Enrique Rosendo

La reforma electoral y la constitución (II)

Se ha producido una tendencia imbatible a favor de que la bisagra parlamentaria sea nacionalista. Este fenómeno ha caracterizado de modo dramático tres de las últimas cuatro legislaturas.

Me permitirán que siga con mi análisis del sistema electoral eslañol. El actual sistema de partidos ha sido fiel producto, como es natural, de la aplicación práctica del régimen electoral a lo largo del tiempo que transcurre desde las primeras generales, en 1977, a las últimas de 2004. Las características básicas de esta evolución son las siguientes:

1º.- La participación en elecciones generales es superior de forma constante a la de las autonómicas, europeas e incluso municipales, lo que da medida de que la sociedad española sigue considerando el Congreso de los Diputados y el Senado como el epicentro de la naturaleza política, con independencia de la pérdida de competencias del Estado operada por la espiral autonomista y nacionalista.

2º.- Las elecciones con un menor porcentaje de abstención coinciden con cambios de ciclo electoral (así, 1977: primeras elecciones; 1982: el ascenso de los socialistas al poder; 1993: pérdida de la mayoría absoluta del PSOE; 1996: primera victoria de Aznar; y 2004: victoria socialista).

No es cierto que la alta participación beneficie siempre a la izquierda. Las cuatro elecciones con más participación fueron las de 1982, 1977, 1996 y 1993, en las que ganaron, respectivamente, PSOE, UCD, PP y PSOE de nuevo. Las cuatro con menos participación fueron las de 1979, 2000, 1989 y 1986, en las que obtuvieron la victoria UCD y PP en las dos primeras, y PSOE en las dos siguientes.

3º.- A pesar de que a veces se dice que el sistema electoral español favorece al centro–derecha nacional, ya que consigue más escaños con menos votos, lo cierto es que, con la única excepción de las generales de 2004, el partido más votado de ámbito nacional es el que ha tenido los escaños más baratos en términos de escrutinio, si exceptuamos al PNV que es la formación que tradicionalmente sale más beneficiada con diferencia del actual sistema.

De otra parte, es innegable que los partidos nacionalistas han tenido siempre una sobrerrepresentación parlamentaria respecto de su fuerza electoral en términos absolutos y relativos.

4º.- Se ha producido una inexorable tendencia al bipartidismo, es decir, a la concentración del voto en las dos grandes formaciones políticas. Así, en las generales de 1977 y 1979, UCD y PSOE sumaban el 63,7 por ciento y el 61,2 por ciento de los votos respectivamente; en 1986, PSOE y AP sumaban el 70 por ciento; en 1993, PP y PSOE representaban el 73,5 por ciento, cuatro años más tarde, en 2000, el 76,4 por ciento y en 2004, nada menos que el 80,7 por ciento.

5º.- Esta tendencia al bipartidismo ha venido acompañada de otro fenómeno no menos importante: la diferencia entre estas dos grandes formaciones también se ha venido reduciendo desde 1986, pero especialmente desde 1993. Incluso la distancia entre PSOE y PP cuando Aznar logró su mayoría absoluta, era bastante menor que las que van de 1982 a 1989, con Felipe González. Desde principios de los noventa, el techo del partido mayoritario ha venido reduciéndose un 4,5 por ciento mientras que el suelo de la segunda formación se ha incrementado un 12,7 por ciento.

6º.- Se ha producido una tendencia imbatible a favor de que la bisagra parlamentaria sea nacionalista. Este fenómeno ha caracterizado de modo dramático tres de las últimas cuatro legislaturas, y su explicación radica en que, como ya hemos apuntado, el sistema electoral con base provincial favorece extraordinariamente a las opciones nacionalistas. Baste poner un ejemplo: a los nacionalistas les ha costado de media, invariablemente, y como mínimo la mitad de votos obtener un escaño que a los partidos bisagras nacionales (AP en 1977 y 1979; CDS entre 1982 y 1989; y PCE-IU desde 1977).

Sólo en dos legislaturas los nacionalistas han tenido más votos en conjunto que las fuerzas nacionales minoritarias. Sin embargo en todas, menos en dos legislaturas, los nacionalistas han dispuesto de más de un 40 por ciento de escaños que aquéllos.

7º.- Como consecuencia de este doble fenómeno de tendencia al bipartidismo y de consagración de los nacionalistas como bisagra, los partidos pequeños y medianos de ámbito estatal han tendido a desaparecer, porque la gente no está dispuesta a ‘tirar el voto’.

Un ejemplo sería lo ocurrido en la legislatura de 1982, cuando los partidos nacionales sin contar los dos mayoritarios, sumaron 2.875.917 sufragios y 17 escaños, mientras los nacionalistas acopiaban 24 actas de diputado con sólo 1.617.427 votos.

Desde 1977 y hasta las elecciones de 1993, cuando desaparece CDS y la bisagra queda inservible ya que está únicamente en la izquierda (IU), los partidos nacionales excluyendo a los dos mayores, habían perdido en conjunto un 55 por ciento de sus votos.

8º.- El sistema ha integrado progresivamente a buena parte de los electores, reduciendo la cuota electoral promedio de los partidos extraparlamentarios de un 8 por ciento en los primeros diez años de democracia, a poco menos del 5 por ciento en los últimos diez años.

En España

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