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José Enrique Rosendo

Portillo, icono de la situación económica

Ya tenemos un icono concreto, plástico y de carne, ya tenemos una foto para ilustrar la verdadera situación económica de España, esa que trata de ocultar a toda costa nuestro Gobierno.

Hace unos años, en una escuela de negocios presencié una curiosa escena, en la que un empresario metido en los cincuenta levantaba tímidamente la mano para preguntar cuál era el endeudamiento adecuado para un negocio. El profesor se quedó asombrado: depende de cada caso y desde luego el apalancamiento financiero en absoluto es malo para una empresa. Depende, volvió a insistir con una sonrisa helada.

La caída del valor de Inmobiliaria Colonial se viene arrastrando desde abril de este año, después de que los títulos tocaran los seis euros. Pero en las últimas sesiones, el fenómeno ha alcanzado la categoría de hundimiento sin paliativos, de esos que ponen los pelos de punta con toda justicia. No sé si estamos ante otro Astroc (aunque Colonial es muchísimo más grande y por tanto muchísimo más grave lo que pudiera suceder), pero las cosas pintan bastante mal para la empresa que preside Luis Portillo.

De modo que ya tenemos un icono concreto, plástico y de carne, ya tenemos una foto para ilustrar la verdadera situación económica de España, esa que trata de ocultar a toda costa nuestro Gobierno.

La biografía empresarial de Luis Portillo es espectacular. Pasa de ser el gerente de una pequeñísima constructora de Dos Hermanas (Sevilla) a hacerse con sustanciosas obras al calor de los fastos del 92, para sumergirse después en un venturoso anonimato en el que fue acumulando promociones y riquezas como una laboriosa y abnegada hormiga. Hasta que de pronto un día salta al estrellato y adquiere un sustancioso paquete de acciones de Metrovacesa, que luego vende con largas plusvalías para entrar por sorpresa en la antigua Fosforera, transformada por arte de birlibirloque en una inmobiliaria, desde la que con una velocidad inaudita fagocita a Colonial, pega un bocado importante a FCC y sigue sumando inmobiliarias, todo en poco más de año y medio. (Mira que se lo advertí a su abogado, mi afable Valdecantos Lora-Tamayo.)

Diríase que Portillo se convierte, como le bautizó El País en una entrevista exclusiva en su cénit, en una rutilante estrella que se abraza a Manuel Chaves para demostrar que Andalucía tiene buenos empresarios, y que presenta al candidato socialista a la Alcaldía de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, en un acto público en el Club Antares para estupefacción del candidato popular, el buenazo de Antonio Zoido.

Supondrán que la historia de Luis Portillo no es ajena, por descontado, del laboratorio particular de hacedor de empresarios ladrilleros de las cajas de ahorros andaluzas, y en particular de El Monte.

Se cuenta, pero no se ha confirmado, que esa asociación era sustancialmente parásita a favor del empresario de Dos Hermanas (no así con otros, como Díaz de Mera, donde hubo una cooperación real). Y se especula con que eso le cuesta el puesto al ex presidente de El Monte, Bueno Lidón. Ahora, CajaSol parece que trata de enderezar las cosas y me consta que están limpiando balances con una encomiable prudencia y tino. También La Caixa prefirió a Portillo antes que a Joaquín Rivero para venderle la Colonial que presidía, como pago de la entrega pacífica de Repsol, nuestro admirado Alfonso Cortina. Las cajas y la espiral inmobiliaria. He ahí un magnífico tema para una tesis doctoral.

El caso es que Portillo pasó en menos de dieciséis años de administrar una pequeña empresa constructora a disponer de nada menos que el 41% de la segunda inmobiliaria del país, tras Metrovacesa. Un milagro propio de haber sido narrado por Gonzalo de Berceo si no se nos hubiera muerto hace tanto. Y como escenario, al fondo, los dorados años de la promoción inmobiliaria y la abundante (a veces incluso imprudente) generosidad de muchas cajas de ahorros –no todas, desde luego, pero sí la mayoría– que, como no pertenecen teóricamente a nadie, como no son supervisadas por el mercado, como necesitan imperiosamente volúmenes de negocio para sostener sus muchas veces pesadísimas e infladas estructuras centrales, han actuado en el mundo del ladrillo a la voz de más madera que es la guerra. Desde luego, no ha pasado nada en tanto las cosas han ido bien. A partir de agosto pasado, pero especialmente tras el batacazo monumental que estamos presenciando de Colonial, ya veremos si la sangre llega al río, querido y sufrido MAFO.

Portillo ha sido fruto del apalancamiento, de ese misterioso "depende" que nos enseñan en las escuelas de negocio. Pero mientras ha habido cuerda para ir tirando, mientras el valor se ha mantenido por encima de 4 euros (suelo establecido por las entidades a partir del cual las condiciones empeoran notablemente para la inmobiliaria), la cosa no ha tenido más problemas. Ahora Colonial infectará a alguna que otra entidad crediticia, perteneciente a ese sindicato financiero que le ha consentido las numerosas y atrevidas compras del de Dos Hermanas, porque estamos hablando de muchísimo dinero, cientos de miles de millones de las antiguas pesetas.

Pero me temo que Colonial no va a ser la única en este diabólico proceso que iniciamos con el pinchazo del sector inmobiliario. Va a ser, posiblemente, el icono de una época de rutilantes caballeros desplomados de la cúspide con tanta rapidez como la que tuvieron en entronarse. Pero no la última. En el próximo ejercicio veremos cosas duras de digerir, imposible hace no más de un año, pero que servirán para depurar el mercado y fortalecer a aquéllos que han sabido calcular el "depende" de los apalancamientos y de los riesgos, que es, precisamente, la labor de un buen empresario.

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