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José Enrique Rosendo

Que Dios nos coja confesados

En medio de una de las peores crisis de nuestra economía en medio siglo, no deja de llamarme la atención el escaso rigor con el que nuestro presidente del Gobierno (eufemísticamente, candidato) se refiere a ella.

La bolsa española ha doblado la curva ascendente coincidiendo con las dos jornadas del debate de investidura de Rodríguez Zapatero. No digo, lógicamente, que una cosa y otra tengan algo que ver: el mercado, que es mucho más realista que el común de los ciudadanos, descuenta que lo que se diga en el Congreso de los Diputados con ocasión tan solemne es poco o nada relevante en relación a lo que con posterioridad tendrá que ser la tarea cotidiana de Pedro Solbes y el equipo económico.

En medio de una de las peores crisis de nuestra economía en medio siglo, no deja de llamarme la atención el escaso rigor con el que nuestro presidente del Gobierno (eufemísticamente, candidato) se refiere a ella. Cualquiera que le escuche podría pensar que atravesamos simplemente un bache y no que andamos a ciegas por un desfiladero abismal. Un botón de muestra es la devolución fiscal de 400 euros a los contribuyentes, que no deja de ser un chiste de magnitud parecida a quien pretende administrar una aspirina a un enfermo de cáncer (esta medida en conjunto equivale a menos de la milésima parte de la deuda hipotecaria de las familias españolas).

El despliegue tipográfico de la portada de El País del miércoles no hace sino añadir chicha a esa apariencia resolutiva frente a la crisis. Y digo apariencia. "Zapatero formula un plan de choque para hacer frente a dos años de crisis", dice el autoproclamado diario global. ¡Qué barbaridad!

En primer lugar, el PSOE y todo lo que le rodea piensa aún que nuestra crisis va a durar dos años, es decir, hasta el tercer trimestre del 2009, aproximadamente. Pero eso es algo que, a día de hoy, nadie puede predecir sencillamente porque se desconoce todavía la magnitud de la desaceleración, o hasta de la recesión, que vamos a afrontar. Ni siquiera podemos saber hoy en día si incluso en los próximos meses podríamos entrar en recesión mundial (el FMI dice que hay un 25% de probabilidades, que no es moco de pavo).

Esto, ciertamente, demuestra que quienes nos diagnostican o son miopes y se niegan a ver la realidad, o simplemente mantienen esa estrategia de camuflaje, ese hurto a los ciudadanos que tienen derecho a saber la verdad del barquero, que se puso en marcha con ocasión de la pasada campaña electoral.

En segundo lugar, el supuesto plan de choque. Voy a ponerles un ejemplo que demuestra hasta qué punto ese plan hace aguas. Sabemos que uno de los problemas más importantes que afrontamos en esta crisis, tan peculiar en tantas cosas, es el mercado inmobiliario, del que se derivan varios colaterales: el problema de la valoración de activos si el precio de la vivienda decrece; como consecuencia de lo anterior, las dificultades para las entidades financieras que concedieron créditos a veces con hipotecas que llegaban al 100% de tasaciones bastante generosas; reducción de la riqueza aparente de las familias; incremento del desempleo y por tanto aumento del gasto público y reducción de los ingresos fiscales...

Bien. Pues una de las medidas que propone Zapatero es precisamente la construcción de nada más y nada menos que 1.500.000 viviendas de protección oficial en los próximos 10 años. Es decir, que si el mercado inmobiliario tenía alguna esperanza de repuntar, Zapatero las ha desvanecido de inmediato, puesto que es lógico pensar que buena parte de las nuevas familias o de los inmigrantes que necesitan su primera vivienda esperará a obtener una VPO. Esto, desde luego, no ayuda a vender las viviendas que están hoy en el mercado y, por tanto, es previsible que fomenten una rebaja en el precio de las mismas con el acarreo de problemas a que antes hice referencia.

El colmo de la estulticia llegó cuando Zapatero propuso promover el retorno incentivado de los inmigrantes a sus países mediante líneas de microcréditos y capitalización de subsidios, a la vez que aseguraba, erróneamente –hay estudios incluso del Banco de España que debiera leer–, que los inmigrantes garantizan para el futuro nuestro sistema público de pensiones. Un dislate o, simplemente, populismo socialista, como llegó a decirle, por otro motivo, el mismísimo portavoz de ERC, que no es cualquier cosa.

En cambio, Zapatero no ha abordado los cuatro aspectos fundamentales en los que nuestra economía, a corto-medio plazo, se la juega de verdad. No me referiré, por tanto, a los aspectos estructurales, tan necesitados de reformas liberalizadoras desacomplejadas.

En primer lugar, los problemas de las entidades financieras y particularmente la situación de algunas cajas de ahorros, que puede abocarnos a una pérdida de confianza en el sector, de un lado, y a una contracción crediticia, de otro; en segundo lugar, el gravísimo desequilibrio de nuestra balanza de pagos, que dobla la de Estados Unidos en términos porcentuales referidos al PIB; en tercer lugar, el problema energético que es uno de los principales catalizadores de la tensiones inflacionistas en el mundo: somos muy vulnerables habida cuenta nuestra extraordinaria dependencia exterior y despreciamos la energía nuclear que es la única alternativa razonable; y en cuarto lugar, la quiebra de la unidad de mercado interior y el notable incremento del intervencionismo público en el tráfico diario de nuestras empresas.

Me dicen que Arias Cañate salió del Hemiciclo, tras escuchar a Zapatero, haciendo aspavientos y diciendo aquello tan políticamente incorrecto, tan de derechas, como que Dios nos coja confesados. Estoy de acuerdo con él, si no fuera porque, cuando Solbes se siente en su despacho tras ser ratificado el sábado, la política económica que vamos a tener se parecerá como una castaña a un huevo con el discurso verborreico de este locuaz Zapatero. Al menos, eso le he pedido a la virgen del Perpetuo Socorro.

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