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José García Domínguez

Ciudadanos debe entrar en el Gobierno

El mismo sentido del Estado debe imperar para que no se deje el monopolio de la oposición en manos de Podemos.

Lo que acaba de empezar es un sprint, no una maratón. Y en un sprint no hay tiempo que perder ni con tácticas ni con estrategias. Simplemente, no hay tiempo para nada, solo para echar a correr en cuanto suena el disparo de salida. La maratón, es sabido, se extiende a lo largo de cuarenta kilómetros, una eternidad; los cien metros de los velocistas, en cambio, se extinguen en apenas un suspiro. Un suspiro como el de los dieciocho meses exactos que van a mediar entre la constitución formal de las Cortes Españolas y la declaración de independencia de Cataluña. En esta carrera, el que dude un segundo, solo uno, habrá perdido. Los tres partidos nacionales (Podemos es otra cosa) están obligados, pues, a moverse cuanto antes, ahora mismo, ya. Demorarse con la alambicada liturgia barroca propia de los ritos nupciales, el parsimonioso ceremonial clásico de todo inicio de legislatura sin mayorías tasadas, sería lo mismo que disponerse a jugar un partido de baloncesto con un brazo atado a la espalda: una frívola temeridad.

Ocurre que no se pueden repetir, ahora no, las elecciones; bajo ningún concepto se pueden repetir. Y ello por una razón bien simple, a saber, porque Puigdemont, el flamante jefe de ceremonias de la carlistada, tampoco va a repetir su quiebra anunciada del orden legal para dar tiempo a que en Madrid se animen a formar un Ejecutivo estable. Él ya ha echado a correr. Y no piensa parar. La rama asilvestrada del catalanismo, la hoy mayoritaria aunque no hegemónica, ha optado por eso tan castizo del "de perdidos, al río". Descartado cualquier intento de reconciliación con la racionalidad cartesiana, van a intentar por todos los medios –es decir, mediante todas las provocaciones– que el Estado intervenga la autonomía para luego presentarse como víctimas ante la comunidad internacional. No les queda otra salida. Solo de ese modo, radicalizando al extremo el envite a la espera de que el poder central recurra a la fuerza, podrán tratar de atraer hacia sus posiciones a la tercera Cataluña, la de la ambigua equidistancia estratégica que retrata a Colau, ICV, Podemos, el PSC y Unió.

La independencia, nadie lo ignora en Cataluña, solo comenzaría a ser viable con el asentimiento expreso de una mayoría cualificada del censo, algo que dista de ocurrir en este instante. Generar el escenario de conflicto y consiguiente tensión emocional que opere como catalizador de esa mayoría reforzada es lo que se propone hacer, lo que ya está haciendo, Puigdemont. Algo que únicamente se puede frenar con un Gobierno de la Nación que se sepa estable. Un Gobierno del que tiene que formar parte Ciudadanos, aunque solo fuese por eso tan mentado y tan infrecuente que se llama sentido del Estado. El mismo sentido del Estado que debe imperar para que no se deje el monopolio de la oposición en manos de Podemos. Conceder premio tan goloso al imprevisible magma heteróclito que hoy lidera Iglesias sería una suprema irresponsabilidad por parte de PP y PSOE. Tenemos dieciocho meses. Ni un minuto más.

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