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José García Domínguez

Ciudadanos y la derecha civilizada

¿Se atreverá Sánchez a sustituir el viejo binomio votos cautivos-paz política por el análisis coste-beneficio, inspirado en la lógica implacable del mercado?

¿Se atreverá Sánchez a sustituir el viejo binomio votos cautivos-paz política por el análisis coste-beneficio, inspirado en la lógica implacable del mercado?
EFE

Pedro Sánchez, ya bajo los síntomas del periodo de celo electoral, se prodiga en las últimas semanas etiquetando a sus competidores de Ciudadanos como la derecha civilizada. Al tiempo, Sánchez se esfuerza por vindicar la praxis de la socialdemocracia nórdica, un estilo de gestión del que por cierto también se reclaman los de Riveara, como la gran referencia a emular en España por el PSOE. Convendría, no obstante, definir qué es exactamente eso de la derecha civilizada, sobre todo ahora que la castiza, algo seborreica y asilvestrada, se apresta a retornar a su secular tradición cainita desde los escaños de la oposición. Tradicionalmente, y más allá de a eterna querella entre igualdad y libertad, se ha asociado las políticas de la llamada derecha a la defensa de los mecanismos impersonales del mercado como el modo más eficiente para la asignación de los recursos económicos.

Y, también de modo convencional, tienden a vincularse los programas de la izquierda con la muy activa injerencia política, vía Estado, a fin de lograr la efectiva satisfacción de las necesidades sociales. Pero si acepta esas viejas convenciones tan manidas, y Sánchez nunca ha dado muestras de lo contrario, no le quedará otro remedio que admitir la realidad, acaso cruda a sus oídos, de que la expresión más civilizada de la derecha europea a fecha de hoy lleva por nombre de pila socialdemocracia y apellido nórdica. Y es que si algo han traicionado con saña sus muy admirados socialdemócratas suecos, noruegos y daneses han sido precisamente los principios canónicos en los que siempre se había reconocido la izquierda clásica.

A fin de cuentas, lo que tienen en común las políticas concretas de los socialdemócratas nórdicos, su hecho diferencial, es el priorizar la eficiencia en la prestación de los servicios públicos, esto es, la satisfacción final de los contribuyentes-consumidores, por encima de los mil y un intereses corporativos de los grupos profesionales encargados de proveerlos. Y para ello no han dudado en apelar a la competencia, ese anatema impronunciable para los socialistas sureños, dentro del sector estatal. Apuntalar los avances civilizatorios del Estado del Bienestar atreviéndose a sustituir el viejo binomio votos cautivos-paz política, tan propio de las burocracias estatales, por el análisis coste-beneficio inspirado en la lógica implacable del mercado. Ahí, en haber osado incurrir en esa heterodoxa audacia, empieza y acaba la diferencia cualitativa de los socialdemócratas nórdicos en relación a sus pares de otras latitudes. ¿De eso hablamos, cándido Sánchez? Bienvenido entonces al territorio común de la derecha civilizada.

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