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José García Domínguez

Coge el dinero y corre

Ellas, sin tampoco nada que hacer y alojadas a su vez en la nómina del improbable cuerpo de técnicos culturales interinos, me lo reclamaban invariablemente: "Pepe, lleváme a alguna exposición". Y uno, claro, las llevaba.

De joven, a principios de los ochenta, uno se hubo de emplear en todo tipo de oficios absurdos con tal de ganarse la vida. Baste confesar que incluso se vio en el trance de ejercer durante unos meses como "técnico cultural interino", cualquier cosa que ello signifique. Aunque la verdad es que aquel asunto resultó muy llevadero. En realidad, todo el trabajo consistía en pasear por exposiciones municipales de pintura a las amantes argentinas de un viejo pope de la extrema izquierda, por entonces altísimo cargo del Ayuntamiento de Barcelona y, hoy, indignado abajofirmante del manifiesto ese de los intelectuales contra la crispación. Ellas, sin tampoco nada que hacer y alojadas a su vez en la nómina del improbable cuerpo de técnicos culturales interinos, me lo reclamaban invariablemente: "Pepe, lleváme a alguna exposición". Y uno, claro, las llevaba. Era la primera época de Alfonsín y, durante unos meses, Buenos Aires se puso de moda en la Ciudad de los Prodigios. Hubo el consiguiente hermanamiento de los consistorios, billetes de Iberia gratis de gerente de distrito para arriba, barra libre para los intercambios culturales y todas esas cosas.

Sin embargo, el asunto porteño no acabaría de cuajar. Así, al poco, el referente –cualquier cosa que eso signifique– de la gente guapa de Barcelona volvió a ser el de toda la vida, o sea, Nueva York. Al extremo de que el mismo uno ya empezó a labrarse la ruina mucho antes incluso de dar en criticar el nacionalismo del PSC. Y es que se le escapaba la risa floja –no podía evitarlo– cada vez que le comparaban Manhattan con el Ensanche del pobre Cerdà. Esa absurda obsesión por equipararse a Manhattan, fijación pueril que abarca entera la rica gama de matices que lleva de lo cómico a ridículo, prendió en la izquierda local por culpa del notario Porcioles, eterno alcalde franquista de la capital. Porque no fue otro quien decidió pensionar a Pasqual Maragall para que instalase allí sus reales durante dos años con todos los gastos a cargo del Ayuntamiento.

Alcaldada aquella de la que aún hoy los barceloneses estamos pagando las facturas. En concreto, la última nos llegó ayer, y sube a un millón de euros. Que un kilo es lo que acaba de levantarnos el director y guionista de Coge el dinero y corre por la bromita de lo nuestro con Manhattan. Pasta gansa de los contribuyentes que un Woody Allen súbitamente curado de todas sus depresiones se va a repartir a escote con Jaume Roures (Mediapro, La Secta). Pues, según me cuenta e-noticies, un Instituto de Cultura de Barcelona, brumoso negociado municipal presidido cierto Carles Martí, concejal del PSC por más señas, "ha acordado destinar un millón de euros a la sociedad BCN Ventures SGECR S.A., al objeto de que los ceda a la productora Mediapro para producir el próximo proyecto cinematográfico del cineasta norteamericano Woody Allen".

Y aún hay por ahí quien dice que Woody tiene cara de tonto.

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