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José García Domínguez

Cómo acabará la bullanga catalana

La independencia de Cataluña es una fantasía imposible.

La independencia de Cataluña es una fantasía imposible.

Nuestros pobres nacionalistas, gentes sentimentales tan dadas a la lírica del mecherito encendido en los conciertos de Lluís Llach, gustan de fantasear con su propia plaza de Tahir, su Maidán particular. Al punto de que incluso Mas en persona llegó a augurar no ha mucho una contienda callejera apocalíptica, a la ucraniana, en caso de no ver satisfecho su capricho consultivo. Los sueños, ya lo dijo el clásico, sueños son. En el muy prosaico mundo de la realidad, sin embargo, el único motín de Esquilache con acento catalán del que hay noticia terminó con los secesionistas corridos a gorrazos por los indignados locales. Recuérdese el no muy gallardo "Auxili!" de aquel tribuno convergente ante el riesgo eventual de recibir alguna colleja por parte de unas señoritas que lo increpaban. Es lo malo que tiene la realidad: existe. Hoy se celebra el juicio, por cierto.

Tras el ruido y la furia, toda esa estruendosa bullanga de los catalanistas, la del derecho ilusorio a decidir, acabará en nada, en nada de nada; como siempre, por lo demás. El 9 de noviembre no se celebrará ningún referéndum en ninguna parte. Y el 10 de noviembre amanecerá un día como cualquier otro, igual de vulgar, anodino y rutinario como cualquier otro. Tras el ruido y la furia no vendrá nada, nada más que el desencantado despertar a la realidad de los seguidores del flautista cuatribarrado de Hamelín. Ocurrió cuando la Transición: el súbito fin del sueño revolucionario de una generación, la mía, no dio paso a la radicalización de los exaltados, sino la deserción general desde la militancia hacia la vida privada. Pasará lo mismo.

La independencia de Cataluña es una fantasía imposible. Y las fantasías imposibles no dejan de ser fantasías imposibles por el hecho de que la mitad de los que responden a las encuestas de opinión aseguren creer en ellas. Un soufflé, y el sarampión independentista no es otra cosa, con idéntica rapidez se infla y se desinfla. Repárese, si no, en la siguiente contradicción. Según las catas demoscópicas de la propia Generalitat, la precaria mayoría que se proclama independentista coexiste con otra mayoría similar deseosa de continuar en España, ya fuese bajo la forma de un Estado federal o autonómico. No solo les pasa a los niños, la opinión pública tampoco destaca por la consistencia de sus apetitos y caprichos erráticos. Tras el ruido y la furia no ocurrirá nada. El nacionalismo catalán es un tigre de papel.

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