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José García Domínguez

De Buñuel, el PSOe y la Chacón

Es curioso que el problema que tienen la mitad de los que mandan en el PSOE con el sustantivo España cada vez se parezca más al guión de El ángel exterminador, de Buñuel. En la película, recordémoslo, los invitados a una fiesta privada que se celebra en un palacete, personas adineradas e influyentes todos, no se atreven a traspasar la puerta de salida para volver a la realidad exterior, una vez terminado el convite. No hay ninguna barrera, nadie les impide desplazarse; les bastaría un sólo movimiento, un único esfuerzo insignificante para alcanzar la calle, pero ni uno es capaz de hacerlo.
 
Los huéspedes, convertidos de pronto en rehenes inesperados y permanentes de una casa que no es la suya, ocuparán el resto de sus vidas en engañarse a sí mismos y a los demás para racionalizar su miedo. Todas sus energías se gastarán en un esfuerzo grotesco e inútil por encubrir el pánico a atravesar la línea imaginaria que los separa de los suyos. Nunca osarán dar el paso. Al final, llegará la fatal lucha cainita por la supervivencia, y los prisioneros terminarán destruyéndose entre ellos en una guerra doméstica por las últimas sobras del festín.
 
Ex Carmen, la Chacón, con su recién estrenada póliza de vida y siniestros bien guardada en el bolsito, acaba de decir que no, que qué va. Que para nada el PSC tendría algún reparo en utilizar el mismo lema electoral que sus primos del PSOe en esta campaña. Que si no puede ser es porque ellos después del célebre “por el cambio” siempre han usado los suyos propios. Que si no fuera por eso, encantados oye. Miente. El PSC reprodujo los eslóganes del PSOe hasta que, en la campaña de la OTAN, a un publicitario que debía ser argentino se le ocurrió escribir: “En interés de España”. Carmè Chacón debía estar en COU por aquellos tiempos, y no sabe que su partido no pudo atravesar la línea. En el 86, los chicos de Sala, el de Filesa, y Serra, el de lo otro, marcharon “por buen camino” sin tropezar. Pero en el 89 volvieron a sentir el pánico ante la puerta abierta. “España en progreso” y sin adjetivos, no podía ser. Y no fue. Después, llegaría el 96: “España en positivo”. Ni hablar. Catalunya hacia no sé dónde, hubieron de improvisar a toda prisa.
 
Ahora, lo mismo. Tener el gesto de usar el ungüento amarillo de ZP, el “nos merecemos una España mejor”, les supondría hacer una concesión minúscula, testimonial, ridícula, baladí. Pues no pueden. Morirían antes de tener que manchar sus siglas al lado del “una España”. Y ni mejor, ni peor. Ni en broma, vamos. Que no, que cómo sois, se enfada la Chacón con su tesis doctoral sobre Québec guardada en el bolsito. “Que no, que no”, protesta. Y al tiempo, cuida de no cruzar la línea.
 
Cuando Buñuel quiso rodar La vía láctea, no tuvo más remedio que estudiar a Menéndez Pelayo. Hoy, le hubiera bastado con plantarse una tarde con su bloc de notas en la sede del partido de Maragall, en la calle Nicaragua de Barcelona. Allí habría encontrado a los últimos seguidores del nominalismo herético del siglo XII, a la secta escolástica de los que siguen creyendo que sólo lo que se menta existe. Ahí están los que han presentado en el Parlament unas “Bases para el nuevo Estatuto” en las que han escrito los nombres de Aragón, el Sur (así, en mayúsculas) de Francia, las Islas (así, “las Islas”), un País Valenciano y Andorra como territorios de los que también se deberá preocupar la Generalitat. Como lo han nombrado, para ellos ya es real. Por la misma razón no han atravesado la marca invisible: en el preámbulo se dice que esa nueva administración jurídica formará parte de algo llamado “España Plural”, singular neologismo del que el mismo documento aclara el significado: se trata de… “el Estado español”. No lo pueden decir de otro modo, porque si mentasen el nombre del fantasma que los persigue, empezaría a existir. “¡Falso!”, nos sigue gritando Carmè, la Chacón. Pero lo hace con todos los sentidos alerta: no quiere arriesgarse a, en un descuido, atravesar la puerta.

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