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José García Domínguez

El banquillo de Garzón

A efectos sentimentales, los únicos que cuentan para las grandes audiencias de TV, poco importa que los dizque argumentos de Garzón igual hubiesen servido con tal de procesar a Jaime I de Aragón por el feroz exterminio de los moros de Mallorca en 1229.

Si la inteligencia política no constituyera entre nosotros tan exótica planta de invernadero, ni Falange ni nadie se habría querellado con Baltasar Garzón por su penúltimo número circense, aquella peregrina causa general contra el franquismo. Y es que, de los tres procesos judiciales que arrostra el airado telonero de Mister X, es ése el único que sabe ganado de antemano. Una victoria, la suya, llamada a consumarse no ante el Tribunal, que es lo de menos, sino en la errática conciencia de la opinión pública, que es lo de más; sobre todo, tratándose de una víctima de muy patológico narcisismo como la vedette de marras.

Pues, a efectos sentimentales, los únicos que cuentan para las grandes audiencias televisivas, poco importa que los dizque argumentos de Garzón igual hubiesen servido con tal de procesar a Jaime I de Aragón por el feroz exterminio de los moros de Mallorca en 1229. O para abrir diligencias previas contra la calavera de Leopoldo II de Bélgica ante la irregular colonización del Congo, tal como ha señalado el jurista Ruiz Soroa. Desengañémonos, al soberano hervidero audiovisual nada lo conmueve el principio de legalidad. Al contrario, siempre habrá de anteponer cualquier apelación emotiva, por burda que sea, a los tediosos formalismos que exige el proceder del Estado de Derecho.

Así, que un arribista tan sobrado de ambición como huérfano de gramática, el ínclito Baltasar sin ir más lejos, viole todas las reglas procesales habidas y por haber, aquí, ni se comenta. Al cabo, ¿quién iba a echar de menos esos ridículos escrúpulos leguleyos? Es sabido, en este erial del raciocinio, el fin, jamás censurable tratándose de la progresía, siempre justifica los medios. Siempre. Igual da si se trata de acribillar a etarras presuntos por calles y plazas de San Juan de Luz, o de derrocar a Franco treinta y cinco años después de su plácido tránsito en una habitación de la Seguridad Social.

Dispongámonos, entonces, a contemplar el muy previsible espectáculo. El gran Baltasar, héroe incorruptible y paladín de la conciencia democrática, acosado, zaherido y vilipendiado por los vengativos deudos del fascio redentor. Shakespeare planeando a la altura de Manolita Chen. A ver si con un poco de suerte la banca vuelve a patrocinarle la comedia.

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