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José García Domínguez

El fiscal neofranquista de Cataluña

El microcosmos catalán es un entorno moral capaz de conservar y reproducir caracteres anacrónicos tan típicos del franquismo como el fiscal Rodríguez.

El microcosmos catalán es un entorno moral capaz de conservar y reproducir caracteres anacrónicos tan típicos del franquismo como el fiscal Rodríguez.

Parece ser que al fiscal superior de Cataluña, Martín Rodríguez Sol, le incomoda que las leyes del Reino entorpezcan el proyecto de romper la soberanía nacional del pueblo español que promueve el presidente de la Generalitat. A tal propósito, la Constitución se le antoja enojoso incordio, pues, según va deponiendo por ahí, "al pueblo hay que darle la posibilidad de expresar lo que quiere". Y "el pueblo", huelga decirlo, está formado únicamente por los partidarios de la secesión de Cataluña. Por ellos y solo por ellos. Así, la voluntad de los catalanes proclives a seguir siendo españoles supone bagatela prescindible a ojos del fiscal superior. Esos, ya se sabe, no cuentan. Razón de que nuestro servidor del Estado ocupe los ratos de ocio en asesorar a los independentistas sobre la mejor manera de alcanzar su objetivo.

Con ciertos tipos humanos sucede lo mismo que con determinadas especies que han logrado sobrevivir en los aislados ecosistemas de remotas islas del Pacífico que se mantuvieron ajenos al proceso general de la evolución. Esas rémoras del tiempo donde, de vez en cuando, los científicos descubren otro exótico lagarto que se suponía extinguido hace miles de años. Algo muy similar ocurre en el microcosmos catalán, un entorno moral capaz de conservar y reproducir caracteres anacrónicos tan típicos del franquismo como el fiscal Rodríguez. El proceder canónico de los servidores de Franco, recuérdese, obedecía un único principio: agradar al mando.

Lo suyo era siempre la inquebrantable adhesión al Caudillo, hiciera el gallego lo que hiciera. Y al fiscal le pasa otro tanto de lo mismo. Rodríguez quiere gritar a los cuatro vientos que él siempre estará con el mando catalán, haga lo que haga. Cuando la dictadura, es sabido, no había ni opositores ni disidentes. El régimen no podía tener enemigos. Porque quienes decían estar contra él, en realidad estaban contra España. Disentir del poder era lo mismo que abjurar de la patria. Una añeja perversión intelectual que, al igual que los lagartos prehistóricos en Madagascar, ya solo subsiste en Cataluña. El único rincón de Europa donde discrepar de la ideología oficial y dominante es sinónimo de quintacolumnista, de mercenario a sueldo del enemigo exterior. Desengañémonos, la dictadura no ha muerto en Barcelona. La prueba es ese fiscal. 

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