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José García Domínguez

El nuevo “patriotismo"

Comprenderá entonces el lector la perplejidad con que ha recibido el jactancioso anuncio rajoyesco, ese que augura un "nuevo patriotismo" llamado a sustituir al viejo, o sea, al que siempre se había practicado aquí desde que España es España.

De antiguo, a uno le viene pasando algo muy parecido a aquello de Goebbels, quien, como es fama, echaba mano de su pistolón cada vez que oía la palabra cultura. De tal modo que cuando aparece por ahí alguien mentándole la patria, al instante, sin poder evitarlo, sufre un impulso irracional, una convulsión diríase que pauloviana, que le empuja a recitar para sí la célebre sentencia del doctor Samuel Johnson: "El patriotismo es el último refugio de todos los canallas". Sin ir más lejos, le volvió a suceder tras oír la intervención de Rajoy ante el cónclave popular del pasado fin de semana.

Y es que tratándose el patriotismo de un sentimiento, de un íntimo, noble, desinteresado afecto hacia la nación de la que se forma parte, el más elemental pudor ordena no hacer obsceno alarde de tal virtud. Al cabo, con el patriotismo debería ocurrir como con el valor de los soldados, que a todos se les supone sin necesidad de bravuconadas cara a la galería, ni exigencia de teatral alharaca. Razón de esa desconfianza que uno siempre experimenta ante los que de motu proprio corren a colocarse en la primera fila con la mano apoyada en el corazón cada vez que suena el himno o desfila la bandera.

Comprenderá entonces el lector la perplejidad con que ha recibido el jactancioso anuncio rajoyesco, ese que augura un "nuevo patriotismo" llamado a sustituir al viejo, o sea, al que siempre se había practicado aquí desde que España es España; es decir, desde que este cainita fragmento del Universo dejara de ser una finca privada de los Borbones para constituirse en nación soberana de ciudadanos libres e iguales. Pues nuestro añejo patriotismo, el que nació a la vida y a la Historia en el interior de los cuatro sitiados muros de la Iglesia de San Felipe Neri allá por 1812, al parecer, ya no le sirve a don Mariano. "Cosas veredes", que dijo el otro.

En fin, quizá esa nueva –que no renovada– emoción cívica haya de valernos para aprehender que, por ejemplo, los patriotas que frenaron a Napoleón en Cádiz derramaron su sangre por amor a una realidad nacional que se extendía justo, justo hasta las lindes de Despeñaperros, pero ni un metro más allá, tal como los nuevos patriotas Arenas y Rajoy se empeñaron en llevar al BOE. A saber.

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