Como la mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada o la catedral de Compostela, el PSOE es un bien de Estado. Y si no existiera, habría que inventarlo tal como hizo Willy Brandt allá por 1974. Porque España necesita un partido socialdemócrata que integre a la disidencia en el sistema, haciendo posible la alternancia civilizada en el poder con los conservadores. Y ese partido es el PSOE. De ahí que nadie en la derecha inteligente debiera alegrase ante las grietas cada vez más profundas que van surgiendo en su base sociológica tradicional; grietas que seguirán ensanchándose a medida que el colapso fiscal del Leviatán vaya forzando la poda paulatina del núcleo duro del Estado del Bienestar. Prueba de que, al igual que Madina, Pedro Sánchez tampoco ha comprendido que lo que afrontamos ahora mismo es un cambio de paradigma, repárese en lo que declaró la semana pasada en El País. "Hay una economía de izquierdas y una economía de derechas", sentenció.
Y fue a decirlo el mismo día que el primer ministro socialista de Francia, Manuel Valls, mutilaba 50.000 millones de euros de gasto corriente en pensiones, servicios sanitarios y salarios de los trabajadores públicos, entre otras amputaciones presupuestarias. Todo ello, huelga decir, en nombre de los valores de la izquierda. Mucho más lúcido, el hombre del saco y malo de moda, Pablo Iglesias, escribe en su último libro: "No hay solución solo desde el marco del Estado-nación. Quien diga que se puede ir a formas de organización autárquicas es un loco". Iglesias lo ha entendido: no hay una economía de izquierdas y una economía de derechas, ya no. Hay una economía del Sur y una economía del Norte. Y eso significa que, en el fondo y en la forma, da igual que la cabeza del PSOE responda por Madina, Sánchez o Tapia.
El giro a la izquierda que tanto temen las almas cándidas es imposible por la sencilla razón de que no hay ninguna izquierda hacia la que poder girar. Como el No-Do y las cocinas de fórmica, las políticas nacionales de izquierda forman parte del pasado. Así las cosas, en sus dos variantes, la sofisticada y la popular, el discurso demagógico que atribuye el colapso de España a las elites extractivas, en un caso, y a la casta, el trinque y la mamandurria, en el otro, seguirá cebando a diario el potencial electoral de Podemos en detrimento del PSOE. Nada nuevo bajo el sol, por lo demás. Ya lo observó Lenin en su momento: "Los burgueses son tan necios que nos venderán la cuerda con que los ahorcaremos". Y en ello andan.