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José García Domínguez

El revólver de Cameron

La Inglaterra profunda ha entendido lo obvio. Intuyen, y con razón, que el euro estallará más pronto que tarde.

Al final ha ganado Cameron, un tipo que tras esa anodina fachada de pijo de Eton esconde a un niño loco con un revólver. Y es que lo suyo no era el cricket sino la ruleta rusa, deporte local que, por lo demás, goza de gran predicamento en Inglaterra. Léanse, si no, las memorias de Graham Greene. Ya lo demostró en Escocia, donde solo los dos dedos de frente que aún conserva Gordon Brown evitaron el desastre en el último minuto. Erró el primer tiro, pero David no se iba a rendir por ello. Así, cuando todo el mundo daba por hecho que serían esos pobres desarrapados de Atenas quienes abriesen la caja de Pandora, apareció otra vez Cameron con su revólver. Ya lo advirtió en su momento el autor de la célebre versión en verso de la Biblia: "Nuestro señor Jesucristo nació en un pesebre, donde menos se espera salta la liebre". Habrá quien piense que lo de Cameron es simple necedad y aunque algo de eso hay, yo tiendo a creer que sus temerarias extravagancias remiten a una patología hereditaria de los tories: la esquizofrenia.

Esquizofrénica, si bien se mira, fue la praxis política toda de su idolatrada Thatcher. A fin de cuentas, el precio del éxito de Thatcher fue alumbrar una sociedad, la del individualismo ultracompetitivo propio de los mercados liberados de sus antiguas cadenas, definitivamente opuesta a los viejos valores tradiciones de la Inglaterra victoriana que había soñado con restaurar. Su triunfo fue su fracaso. Al punto de que, cuando abandonó el poder en 1990, de aquel país tradicional ya no quedaba ni el menor rastro. Suprema paradoja, fue Thatcher quien lo destruyó. En el fondo, una contradicción no demasiado distinta a la que Cameron vive ahora. Por un lado, los conservadores son el partido del Dinero (con mayúscula), el brazo armado de la City, un 8,5% del PIB británico concentrado en apenas dos kilómetros cuadrados de Londres.

La City, un sindicato de alquimistas financieros que logró lo imposible cuando el cambio de siglo: convertirse en la capital bancaria del euro, a años luz de Frankfort, al tiempo que se mantenía al margen del propio euro. Un más difícil todavía que, sin embargo, jamás podría repetir extramuros de la Unión Europea. Por otro lado, las de los conservadores también son las siglas en las que se reconoce la Inglaterra profunda, por mucho que esos zafios horteras del UKIP traten de segar la hierba bajo sus pies. La Inglaterra empirista y descreída que siempre supo, ella sí, que no es posible una moneda única sin una unión política, carísimo lujo que ni ellos ni los alemanes piensan pagar jamás. De ahí, a su lúcido entender, lo inviable a la larga del proyecto europeo. Porque la Inglaterra profunda ha entendido lo obvio. Intuyen, y con razón, que el euro estallará más pronto que tarde. Y ese día esperan estar no solo fuera, sino lo más lejos posible. Cameron, pues, tiene el mismo problema que San Agustín confesara en célebre escrito: "Yo soy dos y estoy en cada uno de los dos por completo". En fin, como dicen los del fútbol, lo mejor el resultado.    

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